1989, final de juego: hora de barajar y dar de nuevo (Por Prof. Víctor Manuel Pérez)

“Queremos la abolición de las clases. ¿Cuál es el medio para alcanzarla? La dominación política del proletariado. Y cuando en todas partes se han puesto de acuerdo sobre ello, ¡se nos pide que no nos mezclemos en la política! Todos los abstencionistas se llaman revolucionarios y hasta revolucionarios por excelencia. Pero la revolución es el acto supremo de la política; el que la quiere, debe querer el medio, la acción política que la prepara, que proporciona a los obreros la educación para la revolución y sin la cual los obreros, al día siguiente de la lucha, serán siempre engañados por los aventureros y oportunistas del momento. Las libertades políticas, el derecho de reunión y de asociación y la libertad de la prensa: éstas son nuestras armas. Y ¿deberemos cruzarnos de brazos y abstenernos cuando quieran quitárnoslas?”
• Federico Engels, discurso de la conferencia de Londres de la Asociación Internacional de los trabajadores, septiembre de 1871
30 años es un tiempo interesante: nos da la oportunidad para ubicar los acontecimientos y los movimientos de masas en su justo lugar, ver en qué decantaron finalmente los procesos abiertos y, diríamos metafóricamente, cuál fue la trayectoria seguida por la bala, antes de impactar finalmente.
El problema del análisis histórico vulgar (penosamente reproducido muchas veces por el activismo izquierdista) es buscar leer los procesos sociales desde un binarismo lógico forma y ruinosamente estático: ¿fue bueno o malo tal suceso?, aquella figura pública ¿deberá ser reprobada o laureada?, ¿esta obra deberá ser censurada o catequizada como versículo bíblico?, si aquel se vendió en subasta pública ¿acaso entonces siempre fue un arribista miserable?, si este proceso terminó en mayores penurias ¿ese era su destino inexorable?
El problema de esta lógica de leer los movimientos históricos (de nuevo, reproducido por compañeros de lo más loables) es que reniega de uno de los mayores aportes de la filosofía materialista y dialéctica, esto es, de que la realidad es la unidad tortuosa de elementos contradictorios en dinámica permanente.

Rumania poco antes del Juicio público a Nicolae Ceusescu, marcando el fin de décadas de mandato unipersonal
1989 efectivamente vio el cierre violentísimo (y para muchos inesperado) de un ciclo abierto en las crisis de principios del s XX, con la Revolución de 1905 (una de las primeras en que la clase obrera pudo ocupar un lugar protagónico en las luchas políticas) y la I Guerra Mundial, primero, y con la Revolución Rusa triunfante, después.
En un conocido documental que recoge los testimonios de aquellos activistas estudiantiles que enfrentaron la dictadura de Pinochet durante los convulsos años ‘80 (Actores secundarios, 2004) uno de los testimonios recogía: “en ese tiempo asumíamos que 1/3 del mundo vivía bajo el socialismo. Incluso si ese escenario no era el que creíamos, demostraba que otro mundo era efectivamente posible”.

La icónica imagen que marcaba la muerte de una época y el momento en que otra, la nuestra, nacía.
El historiador Eric Hobsbawn bautizó a este período como “El corto siglo XX”, por oposición a “El largo siglo XIX”, esto es, las crisis de los años ‘80 habrían marcando el final de toda una etapa abierta por la insurgencia obrera y popular, por un lado, y el agotamiento de la fe liberal en el progreso indefinido de la humanidad organizada en torno al ritmo del capital, por el otro.
El Otoño de los Pueblos
Ese gran y horroroso Leviatán que implosionaba en 1989, y con él la fe del siglo que había movilizado a millones a lo largo de décadas, ¿había colapsado tan intempestivamente como creemos?, ¿los cientos de miles de manifestantes y huelguistas, muchos de ellos mujeres y trabajadores jóvenes castigados por la carestía y la desorganización económica, exponían su seguridad laboral, social y hasta física, por poder concurrir libremente a los Burguer Kings y comprar blue jeans? Hay mucho de maniqueísmo interesado en estos slogans vulgarizados por igual por liberales y stalinistas reciclados.

Manifestación popular en Polonia
El hecho es que no hubo relámpago en cielo despejado: tomando como parámetro la economía soviética ésta había dejado de crecer en 1983, teniendo un primer gran cimbronazo en la recesión de 1981 (-3,6%) y después de una década (1970) de pobrísimo desempeño, y desde 1984 hasta 1989 había acumulado una pérdida del 22,5% en la actividad económica (fuente: Naciones Unidas http://data.un.org/Data.aspx?q=ussr&d=SNAAMA&f=grID%3a103%3bcurrID%3aUSD%3bpcFlag%3a0%3bcrID%3a810). Si tomamos en cuenta el Producto por habitante el desempeño es todavía peor: desde 1984 hasta 1989 el PBI per cápita se había derrumbado un 26,5%, lo que nos da un indicio sobre la depredación del salario real obrero que se había producido en un plazo tan breve de tiempo (fuente: UNdata http://data.un.org/Data.aspx?q=ussr+datamart%5bSNAAMA%5d&d=SNAAMA&f=grID%3a101%3bcurrID%3aUSD%3bpcFlag%3a1%3bcrID%3a810).
Variables semejantes de deterioro en sus condiciones de vida tan sólo habían visto los trabajadores occidentales durante la crisis de los años ‘30, justamente cuando del otro lado de la cortina de hierro los Reagan y los Thatcher desataban una economía de guerra contra las clases trabajadoras.
Con cierta validez podrá objetarse “sí, ¿pero acaso con posterioridad a la Restauración capitalista las condiciones de vida fueron mejores?”, ¿no nos dice acaso la norteamericana Agencia Bloomberg (de la que no podrá sospecharse tendencias socialistas o aun laboristas) que “el modelo crecimiento de Europa Oriental ha sido asegurar siderales ganancias en base al trabajo precario y salarios deprimidos” (https://www.bloomberg.com/news/articles/2016-02-09/europe-s-other-jobless-dilemma-threatens-model-of-eastern-boom)?
Pero respondemos nosotros precisamente, ¿es acaso ese un argumento válido para las millones de familias asalariadas que ven arrasadas día a día sus condiciones materiales de existencia y reproducción social? Porque otros gobiernos liberales o conservadores llegaron a ajustar, ¿esto nos llevaría a llamar a la pasividad a los millones de trabajadores frente a sangrías sociales todavía más brutales? No sólo contradeciríamos una elemental práctica política clasista, incluso nadaríamos en contra del elemental principio de subsistencia humana.

El cartel reza «Huelga General al secretario general», en referencia al principal dirigente del Partido Comunista Checoslovaco, Milos Jakes, en 1989
A fin de cuentas quienes salieron a las calles por cientos de miles y protagonizaron las huelgas y manifestaciones iniciadas en Polonia a principios de la década y continuadas en Rumania, Bulgaria, Checoslovaquia, Alemania, en China o en la propia Rusia, no lo hacían sólo por repudio a décadas de arbitrariedades, manipulación y violencia autoritaria que había llevado a muchos de los trabajadores mejor educados del mundo a sujetarse a la censura en el espacio público y laboral y a la autocensura en la intimidad; sino además porque habían visto convertirse a sus sindicatos y espacios de organización (obreros, estudiantiles, culturales) convertirse en espectrales apéndices de un Estado en guerra declarada contra sus más elementales condiciones de vida.

Solidarnosc fue la experiencia más avanzada de auto-organización obrera en Europa Oriental frente al sindicalismo de Estado
Que no lo hicieran con Carlos Marx y Rosa Luxemburgo abajo del brazo, y sí con Adam Smith y Friedrich Hayek (caricatura de la cuál desconfiamos con sobradas razones) nos dice el historiador Valerio Arcary (O martelo da historia) se debía precisamente a las décadas de violencia burocrática que se había cernido contra quienes desde el socialismo habían apostado sus vidas a la construcción de un modelo social en cual la planificación económica no estuviera en trincheras opuestas con las más elementales libertades políticas, o con el principio (ya centenario) de la participación activa, democrática y consciente de los trabajadores sobre el proceso productivo. Y ahí estaban la Revolución Húngara (1959) y la Primavera de Praga (1968) como los más hirientes testimonios de esta tragedia histórica.
El Muro debía caer
Ciertamente la Restauración en Europa del Este (como las operadas en China y el Sudeste asiático) no abrieron un escenario de gran prosperidad material y libertades democráticas como sostenían los apologistas liberales; pregúntenle si no a los homosexuales masacrados en la Rusia de Putin o a las mujeres rumanas y búlgaras migrantes prostistuidas en las barriadas de París, Londres y Amsterdam.
Y sin embargo es necesario (prioritario) afirmar: en las crisis de 1989 confluyeron dos procesos distintos, que por simultáneos han sido superpuestos (a veces malintencionadamente) en el imaginario social:
• por un lado las rebeliones populares contra las dictaduras burocráticas y toda su estela de miserias y arbitrariedades;
• y por el otro las Restauraciones, primero en China con las Cuatro Grandes Reformas de Deng Xiao Ping y continuadas después con los acuerdos del FMI del gobierno polaco (1980) y las políticas de la Perestroika y la Gladnost de Gorvachov.
Hay que decirlo con todas las letras para terminar con la política de encubrimientos: la Restauración comenzó desde el Estado, no contra él.
No en vano, mientras el pueblo asalariado veía licuarse sus ingresos meteóricamente, para finales de la década las Fuerzas Armadas soviéticas se devoraban hasta 1/4 del presupuesto público nacional; y sería de allí precisamente de donde vendría toda la nueva de oligarquías empresariales lanzadas a una acumulación primitiva por pillaje y saqueo durante las privatizaciones de los ‘90 (el propio Putin proviene de esa casta oscura y descompuesta).

Tanque volteado e intervenido popularmente con inscripciones por la juventud en Praga, devenido en improvisado «monumento» a los acontecimientos urgentes
Muchas reflexiones aun válidas, y aun necesarias, nos arrojan las rebeliones del ‘89: sobre el sentido de seguir o no sosteniendo la política del partido/facción único de vanguardias esclarecidas, sobre las formas en que se puede llegar a desenvolver efectivamente una política democrática y racional de planificación económica, sobre la conveniencia de seguir sosteniendo liderazgos dogmáticos y vitalicios en las organizaciones populares (porque por sobre todo “el partido”, “el sindicato”), o incluso sobre las libertades políticas y creativas bajo un gobierno obrero
En la desencarnada novela autobiográfica La noche quedó atrás el comunista alemán Jan Valtín recordaba su paso por las experiencias revolucionarias de juventud en Alemania en los albores de ese corto s XX:
Las masas respondieron. Gritaron hasta que sus rostros parecía que iban a reventar. Su empuje era irresistible. Grité con ellas. El movimiento se extendía
No comprendí las disputas que se suscitaban entre los diversos partidos obreros, pero muy pronto adquirí el desprecio con que trataban a los políticamente moderados. En Bremen se producían entonces, cada día, demostraciones y contrademostraciones de grupos obreros y proletarios rivales. Un nexo de unidad sólo podría lograrse cuando las tropas vestidas en su uniforme gris de campaña volvieran del frente, donde continuaban aún bajo el mando de sus antiguos oficiales. Yo estaba entre la multitud que recibió a los regimientos (…) al regresar estos, en el extremo noroeste de la ciudad. Los soldados estaban silenciosos y cubiertos de lodo. Los oficiales llevaban sus espadas desenvainadas y contestaron con burlas y amenazas a los gritos de júbilo que daba la masa.- Ya vamos a limpiar todo eso – eran sus amenazas.Una vez en la ciudad, los soldados llegados del frente fueron rodeados por los marineros y los obreros de los astilleros (…) Las tropas fueron atrapadas; todo el mundo temía una masacre. Sin embargo, fueron desarmadas y dispersadas sin que corriera una gota de sangre. Algunos días después se tenía la evidencia de la formación de las primeras bandas nacionalistas. Afiches en las paredes reclamaban: «hay que destruir a los criminales de Noviembre». Pelotones de obreros destruyeron todos esos afiches.»
Hora de barajar y dar de nuevo.

Comentarios Facebook

Lo más leído