Érica Rivas: «No podría ser una mujer mantenida»

Luisa se encuentra atravesada por la extranjería. Experimenta eso de sentirse extranjero en el amor y en la propia familia», explica Érica Rivas sobre el personaje que le toca interpretar en Los sonámbulos , la cuarta película ficcional de la realizadora Paula Hernández que se estrenará este jueves.
«Con Paula trabajamos mucho las distintas versiones del libro, ahondamos en los vínculos de Luisa». El film, que ya se ofreció en el reciente Festival Internacional de Mar del Plata, en la competencia Platform del Festival Internacional de Cine de Toronto, y en la sección Horizontes Latinos del Festival Internacional de San Sebastián, se inmiscuye en la intimidad de una familia rancia con cierto pasado de oropeles. Una casa de campo agobiante y un festejo de fin de año que los lleva a convivir con más obligación que convicción amorosa. Luisa subsiste, a punto de romperse, en medio de esa familia política que no termina de cobijarla, y una hija sonámbula que metaforiza los patológicos silencios de este clan que prefiere el callar al decir. Rivas está acompañada por Luis Ziembrowski, Ornella D’Elía, Marilú Marini, Valeria Lois, Rafael Federman y Daniel Hendler.
-Luisa, tu personaje, es una desclasada en ese contexto de no aceptación.
-Efectivamente, ella es una desclasada. Veía algo en esa familia, de otra clase social, a la que accede con un brillo especial, pero eso se va desgastando.
-La historia metaforiza y espeja, desde lo singular de una familia, a buena parte de la sociedad que prefiere la dificultad de transitar la vida y afrontar realidades desde una perspectiva de ensoñación.
-Es una sensación que compartimos los seres humanos en este entramado tan perverso que hemos construido nosotros mismos. Partiendo de lo psicoanalítico, en los sueños, como mecanismo de defensa, nuestro cuerpo actúa, hace algo que no puede hacer en la vigilia. El sonambulismo va más allá, porque el cuerpo va más allá.
-Hay una actividad corpórea que ejecuta lo que no puede en la vigilia.
-No solo está la cabeza y la asociación libre, quizás inconsciente, sino que también esta el cuerpo comprometido, interviniendo. Me parece una metáfora interesante.
-Los cuerpos son signos de lenguaje muy claros en el film.
-El cuerpo está muy presente en la película.
-Es una película muy erótica sin serlo estrictamente. Hay una atmósfera de erotismo contenido, de sexualidad reprimida, pero latente, a punto de estallar y de estallarse. ¿Cómo te atravesó ese rango de tensión erótica permanente?
-No vamos a spoilear, pero hay que decir que es interesante la presencia del cuerpo del abusador en primer plano y no el de la abusada. Una toma de posición de la directora.
-El marido le dice a Luisa: «Dejate de escarbar tratando de encontrar la mierda que somos». Grave y sintomático: somos conscientes de lo que somos, pero no lo digamos. ¿Se puede aplicar a muchos otros aspectos de la sociedad?
-Mucha gente ha naturalizado ese tipo de reflexiones, al punto tal que no las registra como algo alarmante. La película apela a esas mentalidades que prefieren no escarbar tanto, a dejar ese material en el inconsciente y que actúe ahí. Pero eso tiene un residuo. Además, en las mujeres aparece algo físico, por eso la concepción de la histeria. Ahí aparece lo concreto de la injusticia de no poder decirlo.

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