La paradoja del «cuando peor, mejor» (Por Lic. Faustino «Yiyo» Duarte)

A lo largo de la historia, diversos pensadores han reflexionado sobre las tensiones sociales y políticas que surgen ante escenarios de crisis.

En la Antigüedad, autores como Aristóteles señalaron que las alteraciones en el orden socioeconómico podían desencadenar cambios profundos en la estructura de las polis.

De acuerdo con su visión, las transformaciones radicales ocurrían cuando las instituciones existentes se veían superadas por tensiones internas.

Este principio, heredado por la modernidad y complejizado a través de los siglos, subyace en la idea de que un agravamiento de las contradicciones políticas y económicas puede detonar una nueva configuración del poder.

Con la llegada de la Edad Moderna, pensadores como Nicolás Maquiavelo, en su afán de comprender la dinámica del poder, enfatizaron la importancia de las coyunturas de inestabilidad para la legitimación -o la erosión- de los gobernantes. Bajo ciertas interpretaciones, estos momentos de crisis propiciaban la oportunidad de un reordenamiento radical.

Sin embargo, Maquiavelo también advertía que la inestabilidad, si no era canalizada, podía desembocar en mayor violencia o el ascenso de líderes con programas ambiciosos, que se valen de la fractura institucional para robustecer su poder.

En la contemporaneidad latinoamericana, voces como la de Ernesto Laclau han examinado el papel de la “demanda popular” y su articulación política en tiempos de crisis. Asimismo, autores críticos de la economía y la política como Atilio Borón han profundizado en la relación entre el deterioro de las condiciones materiales de la población y la activación de movimientos contestatarios.

Desde un enfoque más sociológico, también puede mencionarse a pensadores como Boaventura de Sousa Santos -si bien de origen portugués, fuertemente comprometido con el contexto latinoamericano-, quien ha analizado cómo las crisis pueden convertirse en puntos de inflexión que reformulan la correlación de fuerzas en la esfera pública.

Dentro de esta trayectoria intelectual, se acostumbra atribuir al marxismo-leninismo la máxima de que “cuando peor, mejor”; es decir, la idea de que el empeoramiento de las condiciones socioeconómicas favorece el surgimiento de una situación revolucionaria que precipita la caída de quienes ostentan el poder. Si bien no existe una cita textual exacta de Karl Marx o de Vladímir Ilich Lenin que exprese esa fórmula en términos tan directos, sí es cierto que el marxismo-leninismo ha planteado que las contradicciones del sistema capitalista se agudizan en escenarios de crisis, creando un caldo de cultivo para la organización política y la acción revolucionaria.

La frase “cuando peor, mejor” funcionaría, por tanto, como una síntesis popular -y en ocasiones simplificada- de la hipótesis de que la profundización de las desigualdades termina por generar las condiciones objetivas para un cambio radical.

En el caso específico de la Argentina actual, algunos sectores -tanto gremiales como sociales, empresariales e incluso de la oposición política- parecieran suponer que el “feroz ajuste” anunciado o llevado adelante por Javier Milei podría precipitar un rápido deterioro socioeconómico que, a su vez, genere las condiciones para el descrédito y posterior caída de su gobierno.

Bajo esta lógica, la crisis haría más evidente el malestar social, motivando la organización y el alineamiento de amplios sectores en contra del oficialismo.

No obstante, conviene interrogarse si esta postura es realmente un reflejo consciente del marxismo-leninismo o si opera más bien como una conjetura política pragmática: dejar que el oficialismo se desgaste para capitalizar el descontento.

El interrogante que emerge es si esa estrategia de “cuanto peor, mejor” es efectiva o, por el contrario, termina siendo funcional a las políticas de Milei.

La experiencia histórica latinoamericana demuestra que las crisis profundas no siempre desembocan en transformaciones progresistas.

Por el contrario, en determinados contextos, el aumento de la desesperación social puede reforzar gobiernos autoritarios o abrir paso a salidas “de orden” que consoliden el modelo neoliberal en la región. Incluso figuras como José Martí o Simón Bolívar, en sus reflexiones sobre la lucha por la independencia y la justicia social, advertían que las crisis podían convertirse en motores de emancipación popular, pero también en puertas abiertas para proyectos personalistas.

Si bien resulta tentador asumir que el agravamiento de las condiciones socioeconómicas llevará a un alzamiento popular capaz de desplazar a los gobernantes, las coyunturas de crisis no son lineales.

Las masas afectadas pueden fragmentarse, desencantarse o incluso verse cooptadas por discursos populistas.

En el mundo actual, marcado por la velocidad de la información, el riesgo de que una crisis aguda refuerce la retórica anti-establishment de un gobierno como el de Milei es más que tangible: el gobernante podría apelar a un discurso de “resistencia contra la vieja política” e intensificar la polarización, derivando en un ejercicio más radicalizado del poder.

A la luz de estos argumentos, conviene matizar la idea de que “cuando peor, mejor” sea un programa político consciente, o siquiera una expresión pura de la tradición marxista-leninista, en el caso argentino. Más allá de su autenticidad histórica -que, como se ha señalado, es más una extrapolación que una cita textual de Marx o Lenin-, la apuesta a la profundización de la crisis con el fin de precipitar una caída del oficialismo conlleva el peligro de agravar el sufrimiento social y de consolidar, en lugar de debilitar, la posición del gobernante.

Como apuntaban algunos de los clásicos antiguos, las crisis pueden acabar reforzando a quienes sepan instrumentalizarlas políticamente.

La experiencia latinoamericana de las últimas décadas invita, por tanto, a la cautela.

Si bien la crisis puede hacer visibles las contradicciones estructurales y avivar la protesta social, también puede legitimar políticas de fuerza, discursos antisistema o, incluso, desmovilizar a los sectores más vulnerables, al forzarles a concentrarse en la supervivencia diaria. Antes que recurrir a un exacerbado “cuanto peor, mejor”, tal vez sea necesario afianzar canales de negociación, articulaciones pluralistas y programas políticos de mediano y largo plazo que ofrezcan soluciones concretas a las demandas sociales.

De lo contrario, el deterioro socioeconómico y, el riesgo de su naturalización,  podría ser el pretexto ideal para el afianzamiento del poder de Milei, y no su caída. En esta instancia resulta adecuado tener presente  el mensaje de JDP que «…SOLO EL PUEBLO, SALVARA AL PUEBLO».  

Lic. Faustino «Yiyo» Duarte

Comentarios Facebook