Luciano Pereyra y los días en que su vida corrió peligro: «Mi música eran los ruidos de las máquinas, que eran tremendas»

El músico vuelve al Luna Park en una serie de conciertos donde se reencontrará con su público y con su esencia de artista. La cultura del trabajo que aprendió de chico y los problemas de salud que lo enfrentaron con la muerte
Se lo ve genuinamente feliz por volver “a lo presencial”, tanto en el contacto con el público como con la prensa. Luciano Pereya disfruta de la ansiedad previa a los shows de su tour De hoy en adelante, que tendrá seis fechas en el Luna Park. La gira viene con nuevo disco bajo el brazo, y un single recién lanzado en colaboración con Nacho: “Que no se le olvide” ya es hit.
Y en estos tiempos en que el mundo se siente algo más liberado de la opresión que la pandemia impuso a todo nivel, el artista destaca lo positivo: valorar el privilegio de hacer lo que le gusta y conservar la salud que lo tuvo en jaque hace unos años. También destaca la importancia que la cultura del trabajo inculcada por su familia tuvo en su crecimiento.
—Gira internacional, en Argentina agregando fechas, el lanzamiento del disco. Bien el post pandemia, ¿no?
—Bueno, era parte creo yo de la represión que teníamos todos al haber estado con un mundo en pausa. Nos tuvimos que reinventar en todos los aspectos, pero ahora es como volver a la normalidad. Y eso es lo que yo estaba extrañando: volver a la normalidad de presentar un disco, a los conciertos de manera presencial, si bien aún nos tenemos que seguir cuidando. Pero es como que ahora todo para mí tiene olorcito a nuevo, aunque lo venga haciendo hace muchos años.
—¿Creés que se revalorizaron muchas cosas?
—Mucho y todo el tiempo, después de lo que me ha tocado vivir. Pero creo que también es de hoy en adelante, desde que te despertás, ¿no? Desde que inicia el día para mí. Uno valora tantas cosas cotidianas que a veces pasamos por alto pero que son sumamente importantes. El haber dormido en una cama, tener un techo, un plato de comida, una ducha caliente en estos inviernos, el poder respirar, el poder ver, abrazar, sentir. Muchas veces no le damos importancia a eso que es tan simple y a la vez tan grandioso, tan maravilloso.
—¿Te sentís un privilegiado?
—Yo amo mi trabajo. Claro que es un privilegio poder trabajar de lo que a uno le gusta. Tengo muchos pares y amigos, gente de mi edad que no puede trabajar de lo que le gusta, y eso sí es doloroso. Creo mucho en el trabajo, no en la suerte. Yo los he visto trabajar a mis padres y para mí son un ejemplo. Ellos levantaron su casa de manera literal y yo lo vi. Ellos ponían ladrillo por ladrillo. Mi papá trabajaba en una fábrica y mi mamá lo estaba esperando ya con el cemento listo. Mi papá venía y pegaba ladrillo por ladrillo; yo vi ese esfuerzo. Lo que consiguieron mis padres en ese sueño para mí es un legado maravilloso. Todo lo que yo puedo lograr o conseguir, o los objetivos o metas que me pongo para cumplir y demás, se logran pura y exclusivamente con el trabajo, el sacrificio.
—Hay una cultura del trabajo que está innata.
—Sí, claro. Para mí es fabuloso y agradezco tanto que mis padres me hayan enseñado eso, para mí es maravilloso. Porque yo los vi hacer su sacrificio, su esfuerzo, el mérito por lograr ese objetivo pero que no se conseguía de otra manera que no sea trabajando.
—¿Cuál creés que es la canción que marcó tu carrera?
—“Desde que tú te has ido”, porque fue la primera canción del primer disco, Amaneciendo, y para mí fue como parte de la historia, del inicio de mi trabajo y mi carrera profesional como músico. Pero después hubo muchas canciones que tuvieron su momento, no solo en lo profesional sino también en lo personal. Por ejemplo “Solo le pido a Dios”, cantándola para el papa Juan Pablo II (en 2000).
—Entendiste después la importancia de ese día.
—Sí. Tenía apenas 18 años. De un día para el otro estaba en Salta, de Salta a Buenos Aires, a la noche un vuelo a Roma, tres días de ensayo; al cuarto día, canto. Al día siguiente vuelvo. Hago el concierto en Salta y llego a la casa de mis padres, porque yo todavía vivía ahí, y veo arriba de la mesa la portada del diario que decía mi nombre ante dos millones y medio de jóvenes con el papa Juan Pablo II. Ahí como que entendí lo que había pasado… Y eso también me hizo saber que en la vorágine uno se pierde de un montón de cosas. A veces no hay que ir tan rápido y disfrutar no solo el llegar, sino el viaje, que está buenísimo.
—Tuviste episodios muy serios de salud que te llevaron a estar en coma farmacológico. ¿Qué aprendiste de eso?
—Mucho. No sabés mañana qué va a pasar, nunca lo vas a saber. Uno propone y Dios dispone. Pero en ese momento sí, fue duro, de mucho miedo. Pero también una buena experiencia decir: “Bueno, hoy lo puedo contar”. Y también lo puedo cantar, que es lo más importante. La canción “Tu mano” para mí fue como muy representativa del momento que me tocó vivir. Esa canción le ha dado título a un disco, hace que hoy en cada concierto, cada regalo que la gente me hace es donado a personas que realmente lo necesitan. Los clubes de fans se encargan de hacer movidas solidarias constantemente; hay un compromiso social para con el prójimo que a mí me emociona mucho. Y si puedo ser parte de eso y encima ponerle un poquito de música, es una bendición.
—¿Qué se siente que tu música acompañe en distintos momentos fundamentales de las vidas de las personas?
—La música también me acompaña a mí en los momentos más importantes de mi vida. Genera algo tan maravilloso de unión que para mí es fantástico. Hay un estudio que dice que cuando uno canta con otra persona se asimilan las frecuencias cardíacas. A veces estoy arriba del escenario y lo que me emociona es que estoy cantando algo que se me ocurrió en un viaje, o me desperté y compuse, pero esa canción musicaliza una historia de amor, como musicaliza la mía también, y de repente estoy mirando eso y digo: “Nos está latiendo el corazón a miles de personas a la misma vez”. Y eso me recontra emociona.
—¿Escuchabas música en tus internaciones?
—No, no tenía ganas. Mi música era los ruidos de las máquinas, que eran tremendas. El ruido de los Crocs (de las enfermeras). A las siete de la mañana venían a hacerte los estudios y 6:59 yo me despertaba. Análisis de sangre, las placas y demás. Luego me costó un tiempo recuperar el sueño bien, dormir bien. Pero fue un momento creativo. La música también se compone de silencios, me dijeron alguna vez. Y en ese silencio, creo que inconscientemente estaba haciendo música y estaba creando para los discos que se venían. Tengo la bendición de poder contarlo, y eso es fantástico.
—A vos todos te pedimos fotos, videítos. ¿Luciano Pereyra choluleó a alguien?
—Le pedí a Diego Maradona que me firme una camiseta una vez. Con Diego hemos compartido muchos momentos muy lindos y de familia.
—Sos amigo de Claudia, está pasando algunos momentos difíciles.
—Muy amigo. Ella tiene la fortaleza para bancarlo. Le sobra espalda. Me quedé pensando… Con el que sí sería cholulo sería con Sylvester Stallone. Soy fanático de Rocky, mal. Mi perro se llama Rocky.
—¿Sos perrero?
—Demasiado. Sí. Los perros no son perros ni mascotas; en mi casa son parte de mi familia.
—Antes de empezar la nota decías que sos medio “catrasca”.
—Sí, soy de derramar cosas. Mesa larga, vamos a brindar, qué sé yo, tiro una botella, le pega a una copa y salpico a todo el mundo y por ahí a mí no (risas). Me llevo cosas puestas, la mesa, la silla. Una vez estábamos en Costa Rica en promoción y termino de hacer un showcase para directivos y empresarios. Me llevan a una mesa en la que no sé por qué había una vibra como rara, medio “pesuti”, y me presentan al que era el directivo presidente de no sé qué: “Muchas gracias por venir”. Cuando le voy a dar la mano le tiro la copa de vino y se desparrama en toda la mesa. Y yo pensé: “Acá pido disculpas o va el humor”, que dicen que salva, ¿no? Entonces digo: “¡Eh, no pasa nada! ¡Alegría, alegría!”, empecé (risas). Y la gente, toda la mesa, se quedó como rara… Nico (Garibotti), mi manager, me agarra y me dice: “Lucho, vení”. Y me llevó. Pero fue como que temí por mi vida ese día.

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