En el marco de la profunda crisis social y económica que atraviesa Argentina, las decisiones de Javier Milei se presentan como una manifestación más de una peligrosa corriente de líderes que abrazan la antipolítica, el desprecio por el bienestar social y el regocijo con el sufrimiento de las mayorías.
La historia ha mostrado una y otra vez el impacto nefasto de estas figuras, desde los tiranos de la antigüedad hasta los modernos críticos de la racionalidad.
Sin embargo, lo que se observa en Milei no es solo una negligencia o una falta de sensibilidad, sino una celebración explícita de la miseria del pueblo, lo que recuerda las advertencias de pensadores y filósofos a lo largo de los siglos.
La mirada de Milei sobre la economía es fría, casi mecanicista.
Sus decisiones recientes, con ajustes brutales que han generado una caída en picada del poder adquisitivo, aumento del desempleo y una pobreza rampante, son una muestra de su visión rígida y reduccionista.
En vez de buscar un equilibrio entre el orden fiscal y el desarrollo social, Milei ha optado por imponer una austeridad despiadada, bajo el pretexto de “poner orden”. Sin embargo, para el filósofo Erasmo de Róterdam, cuya obra Elogio de la locura critica precisamente las pretensiones de grandeza y el autoritarismo, esta clase de líderes podrían describirse como “locos” en el peor sentido del término: personajes que, creyéndose poseedores de una verdad absoluta, siembran el caos bajo la apariencia de control. Erasmo advertía sobre los efectos de una política irracional disfrazada de razón: “la locura es la reina de todos los errores y delirios.”
Este desprecio por la empatía hacia el pueblo es característico de la antipolítica, que ha encontrado en Milei un portavoz entusiasta.
Siglos después de Erasmo, filósofos de la Ilustración y la Modernidad, como Voltaire, también denunciaron este tipo de poder. Voltaire diría, “aquellos que pueden hacerte creer absurdos pueden hacerte cometer atrocidades”. El absurdo en el discurso de Milei es justamente su propuesta de austeridad extrema como solución universal, un enfoque que ignora las complejidades humanas y los matices de la economía real, especialmente en una sociedad como la argentina, golpeada por años de desigualdad y falta de oportunidades.
Los efectos de esta política austera son devastadores. El aumento de la pobreza y el desempleo han traído consigo un incremento en la desesperanza de la sociedad.
No obstante, Milei no muestra signos de preocupación; al contrario, su aparente gozo al hablar del “dolor necesario” recuerda a las figuras del Renacimiento y la Ilustración que advertían sobre los líderes insensibles. En su obra Príncipe, Maquiavelo escribe sobre los tiranos que piensan que el fin justifica los medios, pero también alerta sobre las consecuencias de la tiranía desmedida: un pueblo oprimido eventualmente encontrará la forma de liberarse. Sin embargo, Milei parece haber olvidado esta lección básica de la historia y, en su lugar, celebra su imagen de “antihéroe” como si fuera un atributo honorable.
La modernidad también nos ofrece advertencias sobre líderes que sacrifican el bienestar de la mayoría en nombre de sus ideologías intransigentes. Friedrich Nietzsche, en su crítica al nihilismo, alertaba sobre aquellos que, en ausencia de valores y principios humanos, abrazan una “voluntad de poder” que no respeta ni reconoce los límites. Milei, al insistir en su enfoque fiscalista sin considerar el impacto en los sectores más vulnerables, parece vivir esta “voluntad de poder” en su forma más destructiva. Nietzsche describiría su comportamiento como una “enfermedad del espíritu”, donde el poder se convierte en un fin en sí mismo y el sufrimiento de otros se percibe como una muestra de fortaleza.
La posmodernidad, por su parte, también aporta valiosos conceptos para analizar a Milei. Jean Baudrillard, en su obra Simulacro y Simulación, describe cómo la realidad es reemplazada por una simulación de la misma, donde las apariencias se imponen sobre la verdad. Milei ha dominado esta simulación, en la que su discurso y su imagen de “outsider” esconden una política que reproduce las mismas fórmulas que ya fracasaron en otros contextos.
La diferencia radica en la manera en que él las presenta: una supuesta ruptura con “el sistema” que, en el fondo, perpetúa las desigualdades y el sufrimiento.
En pleno siglo XXI, la filósofa Martha Nussbaum, conocida por su defensa de la justicia social y la ética, sostiene que el verdadero liderazgo se basa en la empatía y en el compromiso genuino con el bienestar de todos. En su libro La fragilidad del bien, Nussbaum argumenta que el bien común es una construcción frágil que depende de líderes que comprendan y valoren las experiencias de los más vulnerables. Milei, al rechazar esta visión, abraza una forma de política que amenaza con destrozar el tejido social, uniendo una economía austera con una indiferencia que bordea la crueldad.
La historia es clara al respecto: los líderes que disfrutan del sufrimiento de su pueblo o que ven en el dolor una herramienta de control, como parece hacer Milei, terminan dejando una estela de destrucción a su paso. No es casualidad que tantos pensadores de diversas épocas hayan advertido sobre los peligros de la tiranía disfrazada de eficiencia. Desde Erasmo y Elogio a la Locura se convirtió en un clásico del Renacimiento, la «locura» no es solo una desviación individual, sino también una falta de empatía que puede llevar a la ruina colectiva. Erasmo criticaba a aquellos que, desde el poder, utilizaban la irracionalidad disfrazada de racionalidad para justificar acciones que terminan afectando a los más vulnerables.
Milei, en su particular «elogio» de la economía de choque, parece olvidar que detrás de sus cifras frías hay personas que enfrentan hambre, inseguridad y desesperanza.
Milei se presenta como un defensor de la “verdad” y de un orden ideal, pero lo hace al costo de desmantelar los derechos y la dignidad del pueblo. Sus políticas se asemejan a una suerte de darwinismo social, donde solo sobreviven aquellos que logran adaptarse a condiciones adversas y hostiles.
Herbert Spencer, uno de los defensores del darwinismo social en el siglo XIX, proponía que las desigualdades sociales eran naturales e inevitables, idea que Milei parece abrazar al reducir el Estado a un mero espectador que observa, impávido, cómo los ciudadanos son lanzados a un mercado desregulado y despiadado. En este marco, la pobreza y el sufrimiento no son problemas a resolver, sino consecuencias “naturales” de su visión utópica del liberalismo.
La modernidad también nos ha ofrecido voces que advirtieron contra este tipo de liderazgos. Immanuel Kant, por ejemplo, creía en la dignidad inalienable de cada ser humano y en la necesidad de que los gobernantes fueran responsables en la promoción de políticas que respeten la autonomía de los individuos. Para Kant, tratar a las personas como simples medios para un fin -en este caso, el equilibrio fiscal- es un acto inmoral. Sin embargo, Milei parece no compartir esta preocupación ética; en sus discursos, el bienestar de las personas es secundario frente al objetivo frío de alcanzar un déficit fiscal cero.
Más adelante, en la contemporaneidad, pensadores como Michel Foucault examinaron cómo el poder opera a través de mecanismos que normalizan la opresión y justifican el sufrimiento colectivo. Foucault habló sobre cómo las estructuras de poder crean “realidades” que, una vez impuestas, se convierten en la “verdad” incuestionable. Así, Milei, con su retórica radical y su postura de “anti-político”, construye una narrativa en la que el ajuste, el desempleo y la pobreza se normalizan como si fueran sacrificios necesarios en su visión de una Argentina próspera.
Esta narrativa, que aparenta liberar al individuo de la “opresión” del Estado, en realidad lo somete a la opresión del mercado y a la precariedad, mostrando que la antipolítica es solo otra forma de poder brutal.
El problema se agudiza cuando analizamos estas medidas desde el punto de vista de los filósofos del siglo XXI. Zygmunt Bauman, con su concepto de “modernidad líquida”, describió cómo las inseguridades y las vulnerabilidades se expanden en un mundo donde la estabilidad y la solidaridad han sido erosionadas.
En un contexto así, las políticas de Milei no solo son contraproducentes sino destructivas, al eliminar las redes de contención social y promover una desconfianza generalizada en las instituciones.
Los ciudadanos son dejados a su suerte, en una sociedad cada vez más desigual y hostil, y lo que Bauman llama la “inseguridad líquida” se convierte en una realidad cotidiana para millones de argentinos.
Siguiendo esta línea, el filósofo surcoreano alemán Byung-Chul Han también nos advierte en su libro La sociedad del cansancio sobre cómo el capitalismo extremo agota y explota a las personas en nombre de una supuesta eficiencia.
En el caso de Milei, su enfoque de “eficiencia económica” empuja a las personas a sus límites, llevando a un desgaste físico y mental que no solo deteriora la calidad de vida, sino que destruye el tejido social. Este tipo de liderazgo, donde la economía es la única brújula, ignora las complejidades humanas y promueve una visión de la sociedad en la que solo importan las cifras, no las personas.
A lo largo de la historia, los filósofos nos han advertido sobre los peligros de una gobernanza sin ética, centrada en intereses egoístas o en ideologías que carecen de compasión. Milei parece representar el resurgimiento de estas ideas, con un tinte aún más peligroso: su desprecio abierto y, en ocasiones, su burla hacia el sufrimiento de los demás.
En sus discursos, lejos de encontrar empatía, se evidencia un goce con el despojo de los derechos sociales, una especie de frialdad que recuerda las advertencias de Erasmo sobre la “locura” del poder que no rinde cuentas a nadie.
Al final, la historia nos enseña que estos liderazgos antipolíticos y destructivos solo conducen a una profundización de las crisis. La falta de responsabilidad y la glorificación del sufrimiento ajeno no pueden ser la base de un proyecto de nación. Los pensadores y filósofos, desde la antigüedad hasta nuestros días, han alertado sobre los riesgos de este tipo de liderazgo y de su impacto devastador en la sociedad. Tal vez sea hora de escuchar sus voces y recordar que la política, en su esencia, debería estar al servicio del pueblo, y no en su contra.
Lic. Faustino «Yiyo» Duarte