
El actor Pepe Soriano murió ayer a la tarde a los 93 años. El gran actor argentino, célebre por sus papeles en La patagonia rebelde, Asesinato en el Senado de la Nación y La Nona, protagonizó un sinfín de títulos inolvidables tanto en nuestro país como en España. La noticia la confirmó el productor teatral Carlos Rottemberg en sus redes oficiales.
“Se fue un grande. La muerte de Pepe Soriano cala hondo en nuestros sentimientos. Con él se va un amigo. Luego el gran actor, uno de los mejores de este país. Beso enorme para Diana, Victoria y familia”, escribió Rottemberg en la cuenta del Multiteatro Comafi.
Nacido el 25 de septiembre de 1929 en Colegiales, Soriano fue un niño que siempre quiso ser actor y vaya si cumplió ese sueño. Así lo recordó en su última entrevista con Teleshow en 2021, cuando se subía a los tranvías para viajar al centro y todo por un sueño: ver teatro. Era tanta la pasión que los boleteros ya lo conocían y le daban una buena ubicación. Después de dos horas, Pepe volvía al barrio, junto a su casa vivía el poeta Raúl Gonzalez Tuñón y caminaba Zully Moreno. Anduvo por esas calles hasta que cumplió 18 años y se mudó. El niño se hizo hombre y en 1947 debutó como actor amateur en el club Alarcón.
“Trabajaba mientras estudiaba sin ganas Derecho. La vocación por actuar estaba y comencé a participar del teatro universitario”, reveló entonces. Debutó a lo grande con Sueño de una noche de verano, de Shakespeare y en el Colón. “Primer acto, silencio absoluto. Termina el segundo acto, silencio absoluto. En el tercer acto entro y muero en escena y el público empieza a aplaudir. Mi maestro se acerca y me dice: ‘Serás actor pero de peluca’, lo que significaba que podía hacer de jorobados, deformes pero nunca de galán”, remató la anécdota con mucho de profecía, con una sonrisa pícara del que sabe que la belleza pasa pero el talento queda.
Con amplia mirada y conocimiento de causa, afirmó sin envidia y con reconocimiento que Alfredo Alcón no fue el mejor actor de su generación sino del siglo. “Comparado con nosotros estaba fuera de concurso por presencia escénica, por voz, por talento y porque siendo bellísimo, no se aprovechaba de eso”. Destacó también a Rodolfo Bebán y Lautaro Murúa para deslizar, pícaro, que “detrás veníamos Ulises Dumont, yo.”
La vida fluía pero en 1976 vino la gran noche de los argentinos. Un general conocido le advirtió: “No es capucha y zanjón pero no vuelva a trabajar”. La mayoría de sus amigos y colegas partieron para el exilio, pero él -como su alemán de La Patagonia Rebelde- decidió quedarse, pero no quería convertirse en mártir. Comenzó a recorrer la Argentina con El loro calabrés, una obra donde le contaba a la gente quién era, qué quería. La llamó así porque su abuelo zapatero solía hablar con su loro que aprendió a cantar canciones calabresas.
Se presentaba en pueblos pequeños “que no tuvieran más de mil habitantes y donde no me pudieran encontrar: trabajaba, llenaba y rajaba”. Actuó en bares, en estaciones de servicio, en andenes de ferrocarril, en patios de escuelas y comedores comunitarios. La obra terminaba con él ofreciendo un pedazo de pan. “El pedazo de pan es esencial en mi vida, porque en esta casa había pan y el pan tenía un valor: el del afecto”. Lejos de sentirse héroe, siempre se supo humano. “Sentí mucho miedo. Tenía dos hijos. Volvía a Buenos Aires, les daba la plata y me iba. Dormía donde podía. Me detuvieron tres veces”, recordó como un ejercicio colectivo, para no olvidar.