Amor a primera vista: Richard Gere y Cindy Crawford, la gran pareja de los 90

Un amigo invita a sus amigos a una reunión en su casa. Es Estados Unidos, así que no organiza un asado y mucho menos una picada, sino una barbacoa. Entre los invitados se encuentra una muchacha de 22 años y un señor casi cuarentón: tiene 37. La joven mira al señor, siente una curiosidad enorme por él. Es objetivamente pintón y el actor del momento. Él mira a esa beldad que lo mira. Se acerca, charlan, se ríen, son tan bellos que es como mirar a Dios a los ojos. Quedan en volver a encontrarse. Tienen una cita y otra más. Así, de modo común, comienza el romance de dos beldades poco comunes y uno de los noviazgos más famosos de los 90: Richard Gere y Cindy Crawford.
En 1988 Richard era uno de los actores del momento. Desde 1973, con su debut en el musical Grease, ese muchacho de ojos achinados, cuerpo formado y una sonrisa tan seductora que daban ganas de preguntarle “¿me la puedo quedar?”, fue construyendo una carrera tan interesante como exitosa, pero no solo se dedicó a trabajar.
En 1977 , decidió poner una pausa y se fue de viaje a Nepal para conocer y formarse con monjes tibetanos y lamas. No fue un capricho repentino sino una decisión largamente meditada desde los 20 años cuando se acercó al budismo. “Estaba buscándome. Trataba de encontrarle un sentido al universo, pero era incapaz. Fue entonces cuando descubrí el budismo, que logró darle sentido a todo. Desde entonces me siento muy afortunado por ello. El budismo me mostró un camino para vivir sin sentir tanto miedo, me quitó el temor a explorar y descubrir cosas”. Los que lo conocían dice que cuando regresó de su viaje volvió más sabio, más sereno e igual de hermoso.
Richard fue encadenando éxitos: Gigoló americano, Reto al destino. Si su fama iba en ascenso hizo cumbre cuando filmó Pretty woman, con Julia Roberts.
Mientras Gere reinaba en el cine, en las pasarelas irrumpieron las llamadas supermodelos. El grupo de beldades conformado por Linda Evangelista, Cindy Crawford, Christy Turlington, Claudia Schiffer y Naomi Campbell arrasaba en las pasarelas pero también se convertían en figuras mediáticas y empresarias millonarias, tanto que Evangelista llegó a declarar: “No me levanto de la cama por menos de 10.000 dólares diarios”.
En ese grupo de reinas, Crawford ostentaba su propia corona. Si como alguien escribió “el lunar es el punto final del poema de la belleza”, ella lo tenía. Ese lunar que de chica la atormentaba porque todos le preguntaban si era una mancha de chocolate, ahora se convertía en su marca registrada en ese al que tantos, como canta Serrat, preferían “el lunar de tu cara a la Pinacoteca Nacional”.
Cindy no era solo una cara bonita y un lunar estratégico. Fue una de las mejores alumnas de su escuela, tanto que la becaron para estudiar en la universidad ingeniería química. Para finales de los 80 como modelo generaba 6,5 millones de dólares anuales, además era la imagen de Revlon, protagonizaba decenas de portadas, desfilaba para los mejores diseñadores, vendía calendarios y presentaba y producía un programa en MTV.
Cuando se supo que “el hombre más sexy del mundo” salía con una de las mujeres “más bellas del mundo”, las redacciones estallaron. No importaban tanto qué decían o hacían, lo importante era fotografiarlos. No es necesario explicar por qué. Observe el lector las fotos de la pareja que acompañan esta nota y revalidará el “una imagen vale más que mil palabras”.
Tanto éxito no estaba exento de sinsabores y comenzaron a circular rumores. Un chisme absolutamente bizarro aseguraba que al actor lo habían internado para sacarle un ratón que quedó atascado en sus partes íntimas luego de un juego sexual. Otro rumor afirmaba que ambos actores eran homosexuales y que el romance era una tapadera. Hoy la “acusación” de homosexualidad resulta anacrónica y sobre todo, estúpida. Pero en ese tiempo el contexto social y cultural no admitía y mucho menos respetaba diversidades, sobre todo con respecto al género. Por suerte, al menos en esto la humanidad algo evolucionó.
Hacia el afuera Cindy no parecía una auténtica Susanita, el inmortal personaje creado por Quino que solo soñaba con casarse y tener hijitos. Posaba sexy y libre e incluso protagonizó una portada de Playboy, pero hacia adentro tenía su Susanita. “Yo era una chica del medio oeste que había visto muchas películas y soñaba con casarme en una boda de cuento de hadas. Cuando llevábamos saliendo un par de años yo no paraba de preguntar cuándo nos casaríamos y al final él dijo: ‘Vale, nos vamos a Las Vegas esta noche’”, contó Cindy en su autobiografía.
El 21 de diciembre de 1991, Gere estaba rodando la película Mr. Jones. En una pausa en la filmación, le pidió a Crawford y a algunos amigos que lo acompañaran a un jet privado. Aterrizaron en Las Vegas, una limousina los llevó sin escalas hasta The Little Chapel en The West, uno de esas capillitas medio truchas de Las Vegas donde las bodas parecen más un chiste que un compromiso. “Richard estaba intentando darme lo que yo quería… Me puse un Armani pero en mis sueños yo no vestía nunca con un traje azul marino. ¡Y tampoco estaba peinada! Llevaba un anillo de estaño porque todo fue muy de última hora”, revela la modelo sobre su boda.
Recién casados no tuvieron tiempo para la luna de miel. Sus agendas estaban llenas de compromisos laborales. Filmaciones y campañas humanitarias por el lado de Gere, desfiles y producciones fotográficas por el lado de ella. Como relata la revista Vanity Fair, cuando le preguntaban cómo era posible compatibilizar dos agendas tan llenas como las suyas, Gere se defendía: “Probablemente pasamos más tiempo juntos que la mayoría de las parejas que trabajan. Nos vemos casi todas las noches. Si estamos en la misma ciudad, casi siempre cenamos juntos. Rara vez pasamos más de cuatro o cinco días separados. Volamos para vernos”.
Sin embargo, en el mismo artículo, un amigo declaraba sin ambages: “No se ven mucho. Tienen un calendario como el de los políticos, siempre están a bordo de aviones”. “Creo que tenemos que planificarlo un poco mejor”, matizaba Gere. Sobre su relación, aseguraba: “Mi actual esposa es alguien a quien no quiero perder. Me di cuenta de que sería una gran pérdida si esta persona no estuviera en mi vida; sería muy infeliz”.
Además de la incompatibilidad de agendas, otra incompatibilidad comenzó a sobrevolar a la pareja. No era una posible infidelidad, el tedio ni siquiera el comienzo del desamor. Crawford anhelaba tener hijos pero su marido, no. “Cindy expresó mucho su deseo de tener una familia. Ella siempre ha sido clara sobre eso, y creo que si fuera algo que yo no quisiera hacer, ella se retiraría de mala gana de esta relación. ¿Podría yo existir sin hijos? Sí, absolutamente. ¿Me encantaría tener hijos con Cindy? Sí, creo que sería fabuloso. Sé lo que eso le haría a ella, y me encantaría verlo. Pero me casé con Cindy, no me casé con algunos futuros hijos que ni siquiera conozco todavía”, reconocía Gere.
Pese a las turbulencias internas, Gere/Crawford se convirtieron en una pareja icónica. La mayoría de los mortales deseaban ya no ser como ellos sino aunque sea tener una pizca del éxito, la fama y la belleza que emanaban. Y quizá porque tenían todo los que quieren casi todos es que los rumores sobre que la pareja era una mentira para ocultar la homosexualidad de ambos no cesaban. Durante cuatro años, Cindy y Richard decidieron no salir a responderlo por una razón tan sencilla como lógica. “Aclarar” su heterosexualidad no solo era una tremenda pavada sino sumarle una carga negativa a algo que no lo era: ser homosexual.

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