Fernández moderó sus apariciones y se concentrará en definir su gabinete

Alberto Fernández terminó de entender el peso de sus apariciones en los medios comunicación cuando sus anuncios sucesivos sobre la ley de despenalización del aborto postergaron sine die su audiencia informal con Francisco en su despejado comedor de Santa Marta.

Desde ese momento, la presentación de un libro y un extenso reportaje, el presidente electo solo habló con los periodistas en una improvisada conferencia tras visitar en su casa a Cristina Fernández de Kirchner.

Antes de bajar su perfil mediático, Alberto Fernández desplegó un discurso multitemático que promovió ciertos interrogantes en Washington y ciertas capitales europeas. El presidente electo se enfrentó con la Organización de Estados Americanos (OEA) y Donald Trump por la renuncia de Evo Morales y el fraude que cometió en los comicios generales del mes pasado.

La OEA tiene probado el fraude realizado en las elecciones que habían dado ganador a Morales, pero su secretario general Luis Almagro avanzó contra Alberto Fernández sin una sola evidencia que respaldara sus acusaciones públicas. Almagro aseguró desde Washington que el presidente electo había infiltrado a dos espías entre los observadores internacionales que habían llegado a La Paz para monitorear los comicios.

Almagro no dijo la verdad sobre los supuestos espías argentinos, pero sus imputaciones quedaron en las redes sociales y en los medios de comunicación. Y ya no habrá manera de corregir el daño colateral hecho sobre la figura pública de Alberto Fernández.

La Casa Blanca tiene siglos de experiencia en montar información en los medios, y no dudó en usar su aparato de difusión para confirmar que está intacta la relación política que iniciaron Trump y Alberto Fernández tras la crisis en Bolivia, la caída de Morales y su exilio en México. No es habitual que un presidente electo llame por teléfono a un funcionario de segundo rango del Departamento de Estado para protestar por un comunicado de prensa de Trump que ratifica su posición sobre Morales y su ideología.

Alberto Fernández ejecutó ese extraño movimiento diplomático, y en Washington -días más tarde- replicaron con cortesía protestante.

«Esperamos seguir trabajando con la Argentina como socio democrático, como socio económico, y vemos buenas perspectivas para trabajar con el gobierno entrante, aseguró el Secretario de Estado Adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental, Kevin O’Reilly.

Cada jefe de Estado tiene su propia agenda, y la ejecuta de la mejor manera que puede. En el caso de Fernández, lo que sorprende afuera y adentro del país, es que hace declaraciones periodísticas sin medir sus efectos políticos e institucionales. A Francisco no le molestó que el presidente electo ratificara su posición sobre la ley de despenalización del aborto, sino que revelara su premura para tratarla cuando acordaban una audiencia informal en Santa Marta.

Idéntica situación se observó cuando Alberto Fernández reveló ciertos detalles de la conversación que mantuvo con Emmanuel Macron. En la diplomacia internacional sólo se cuenta lo acordado de las llamadas telefónicas entre dos jefes de Estado, y una palabra de más en público puede ser un comentario de menos en la intimidad de una cumbre bilateral.

Las repercusiones políticas de sus constantes apariciones mediáticas implicaron un cambio en su agenda pública que era generosa y multifacética.

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