River Plate se lo dio vuelta a Gimnasia en un ratito y está a un paso de los cuartos

Hasta los 30 minutos del complemento, River fue un equipo. El mismo de cada visita. El superado en intensidad -casi siempre ante adversarios que se juegan la permanencia-, al que no le salen las cosas y se empaca y el que, al fin y al cabo, no termina de plasmar el dominio que sí goza en el Monumental. Pero aparecieron los santos suplentes. Los que aún no habían terminado de enganchar y también los que venían derechos, pero con mucha competencia por el puesto.
En cuestión de cuatro minutos, el equipo de Demichelis pasó de un nuevo golpazo que alimentaría el contraste entre romperla en casa y salir de casa y se llevó tres puntos que, puestos en contexto, eran más que necesarios ante Gimnasia en La Plata.
Desde el colazo (más que golazo) de Paulo Díaz, quien le puso el cuerpo a un disparo al arco de Facundo Colidio, seguido inmediatamente por un bombazo al ángulo de Salomón Rondón, hay que hacer un análisis. ¿Lo primero a destacar? Que los de afuera, como hace poco marcó el DT, están listos para entrar. Lo estuvo el rubio, al que no se le venía dando pese a varios buenos ingresos y contribuyó para empatar; Pablo Solari, movedizo y filoso en una banda derecha con mucho jugo por exprimir, y también Salo. El buen Salo. Que no perdió el puesto por yerros, sino por la Salo de que Miguel Borja anduviera tan dulce como él -el Colibrí venía de marcar dos dobletes consecutivos-. Este domingo, cuando el colombiano no despuntó, fue el venezolano el encargado de sacarle sonrisas al banco. Ya quedó clarísimo: en la delantera de River hay goles.
Todo lo bueno que le siguió al 1-1, hay que aclarar, viene con un muy mal rendimiento previo. Una constante a lo largo de los primeros 75’, en los que River pateó una sola vez al arco (un disparo casi sacándosela de encima del chileno Díaz), fue la falta de intensidad. Con eso, y con algo de inteligencia para administrar el partido, el equipo más goleado de la temporada (54 goles en contra) consiguió ser más que el más goleador (72 gritos, que son 92 sumando Copas). Faltó espíritu combativo y sobraron desatenciones en la única zona de la cancha que sufrió alteraciones con respecto a la goleada ante Independiente: la defensa, que fue la 26ª entre los 48 partidos del ciclo.
Desde el gol tempranero de Cristian Tarragona, esa línea de cuatro, a la que ingresó Enzo Díaz en lugar de Milton Casco, no paró de pasarla mal y más por errores propios que por haber sido puesta contra las cuerdas. Leandro González Pirez, otras veces caudillo, soltó marcas una y otra vez. Santiago Simón, una luz habilitando a Borja hace unos días, osciló entre la imprecisión y las pérdidas. Paulo Díaz, de correcto andar, trató de cubrir un sector izquierdo en el que ED13 no mostró solidez. Alguna vez dijo que quería armar sus equipos de atrás hacia adelante, Demichelis, y con tantas falencias fue casi imposible construir.
Pero este River de diván, que roza la perfección en el Monumental y se ve disminuido en cada visita -salvo contra Boca, al que superó de punta a punta, ha dejado una imagen pobre-, halló la forma de revertir ese mal arranque. Cuando lo que suele pasarle -y le pasó por un buen tramo de su visita al Bosque- es desentonar y no lograr afinar los instrumentos, revolvió el banco y se encontró con unos repuestos de primera. Los necesarios para, justamente, poner primera, hacer que esas dos caras que muestra queden en el pasado y, de una vez por todas, pueda ser en todas las canchas el equipo aplastante que es cada vez que le van a jugar a su grama híbrida.

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