Chino Leunis: «Tenía 13 años cuando la depresión se instaló en casa y fue el desafío de todos»

La muerte de su hermana. Los problemas económicos por los que perdieron la casa familiar. Los deseos de ser pediatra. Su pasado como cantante. El fanatismo por Luis Miguel. Los tiempos como repartidor de pizzas y recolector de orina de señoras. La “hermana del corazón” que adoptó de adulto. Sus extrañas manías caseras. El inédito amor de Maca “+4″. Y cómo educa a su hija adolescente. Reflexiones de un hombre que aprendió a mirarse y a sanar
Corrió por “la calle incómoda de la tristeza” 15 kilómetros diarios. Fueron maratones solitarias alrededor del barrio y de su consciencia. El recurso personal más urgente y efectivo para “cambiar mi conversación interna, ayudar a mi mente a filtrar emociones y a evitar que esa angustia se hiciese monótona”, explica. Leandro Damián Leunis (41) dice no haber sido exento del desafío de reflexión que planteó la pandemia. Con la vorágine en pausa, “siempre hay algo que nos quiebra y que nos abre los ojos”, reflexiona. Ese click colectivo de los más grandes de la historia (como llama al aislamiento) le dio envión para replantear su valía, la del tiempo y la de los vínculos que ha “aprendido a honrar”. En definitiva, un ejercicio para lo que “una vida con tantos matices, sabores y altibajos” lo ha entrenado muy bien: “Mirarse para sanar”.
Entre tanto, su “yo-laboral” no eludió el proceso. A principios de año y después de ocho, Leunis renunció a su sitio en Telefe. “Sí, estuve muy triste por eso”, revela. “La decisión costó. Pero después de haber tomado otras más difíciles como la de divorciarme (2018), que iba a contramano de todos mis paradigmas, esta vez los miedos resultaban mínimos”, cuenta. “Fue el canal que me recibió de muy potrillo, el que me dio la primera oportunidad en televisión de aire, pero yo ya no estaba pudiendo ser. No había espacio para mí. Era un conductor de banco: veía llegar colegas y yo no jugaba nunca. Entonces dejé atrás las excusas, la idealización infantil del juntos para siempre y acepté que a veces simplemente uno no es lo que necesitan”, dice. “Y para nosotros, los talentos frente a cámaras, eso puede ser muy doloroso”. Sí, “todas las emociones son buenas”, algo de lo que está seguro. Y ese pesar lo puso de cara a la necesidad de arriesgarse, de rediseñar el camino que hoy dice estar honrando. Así fue como se convirtió en el anfitrión querido y valorado de El Hotel de los Famosos (Boxfish para El Trece).
Hablamos de la tristeza. De la grande. De la luenga. “La que al filtrarse lo inunda todo”, como señala. A la que teme un poco pero respeta mucho porque ha sido estigma y reto a lo largo de su historia familiar. No es amante del pasado, anticipa. Y si acepta abrir ese episodio es porque, tal como dice (y con cierta jactancia) “ha sido una experiencia más que supimos capitalizar”. Los Leunis convivieron con la depresión. “Cuando un integrante de la familia la sufre todos son alcanzados. Entonces atravesarla y superarla se torna el mayor de los desafíos”, cuenta con reservas. “Fue un largo proceso que se dio entre mis 13 y mis 15 años. Uno no tiene idea de cuál es la forma de ayudar a esa persona. Cómo hacerle entender que finalmente todo estará bien. Ni cómo, siendo tan chico, no sentirse un poco responsable de lo que se está viviendo”, explica. “Era como querer ayudar a alguien con la luz apagada: tenés pánico de avanzar y chocarte contra algo”. Pero esa bomba que estalló en casa a principio de los 90 se había activado varios años antes de que él naciera.
“Perdimos una hermana”, revela el Chino. “Se llamaba Analía y partió el mismo día en que nació a raíz de una mala praxis. Es difícil imaginar el dolor que habrán sentido mis viejos. Ir al hospital a parir y volver a casa sin tu bebé… Durísimo. No debe haber golpe más fuerte en la vida ni temor más grande, al menos para mí. Entonces uno puede entender todo ese después. Esa marca indeleble. Eso que no se digiere ni se digerirá jamás”, dice.
Analía fue la primera hija después de dos varones, Leonardo (cantante y emprendedor radicado en Estados Unidos, 53) y Germán (chef, 51). Y a la que siguieron Sebastián (paisajista y creativo, 44), él y Nahuel (mago y animador de eventos, 35). “Ese hecho fue moldeándome, diseñando la forma de vincularme con las mujeres. Yo siento comodidad, cierta facilidad para generar un vínculo de confianza con ellas y entablar la complicidad que tendría hoy con esa hermana tres años mayor que yo”, explica. “Porque creo que a lo largo de mi vida siempre estuve buscando una hermana”. Y finalmente la encontró.
Leunis habla de Ana (46), llamándola “mi hermana del corazón” sin dejar de subrayar la paradoja que le significa la similitud del nombre con el de Analía. Se conocieron en 2008, cuando ella y su marido (Pochi) eran vecinos en el PH que él compartía con Karin Rodríguez (42), su exmujer. La coincidencia los convirtió en amigos entrañables y el tiempo, en “compañeros de vida”, define. “Ella también cargaba una historia que engancha mucho, porque es hija de desaparecidos. Y siento que los dos pudimos amalgamarnos de forma muy amorosa. Nos adoptamos mutuamente”, cuenta.
El abrazo a las realidades ajenas y, en definitiva, el culto a los vínculos ha sido el saldo de las lecciones de aquel tránsito familiar, según indica. “Entendí que ser empático y amoroso me resulta el camino más corto a la felicidad”, reflexiona. Y esa fue la clave que los salvó. “Cuando la tristeza se encalla es muy importante la ayuda de un profesional, pero el amor es fundamental. Así salimos, con acompañamiento, paciencia y templanza”. Hoy bases y prioridades del presente familiar al que rotula “mi bendición”.
Dice que realmente supo de qué van la valentía y la admiración observando a sus padres. “Verlos hoy tan impecables después de haber nadado en barro es un montón para mí”, cuenta el Chino. Leonardo Leunis (77), hoy contador jubilado, y María Cristina Guevara (73), “nada más ni nada menos que madre de cinco”, le propiciaron una infancia “mega” feliz. “Crecí en Ramos Mejía, en el contexto de una familia de clase media en la que pudieron haber faltado algunas cosas pero en la que, definitivamente, sobró el amor. Tal vez la reserva necesaria para sobrevivir al tsunami que se vendría pronto. Porque al dolor del que hablamos se sumaron los problemas económicos por malas decisiones, deudas infernales, cartas documento… Quizá sea por eso que hoy no puedo deberle ni un peso al kiosquero. Y reconozco ese temor aún latente a que todo pueda irse a la mierda en cualquier momento”. Cuenta que la situación se había agravado de tal modo que “perdimos hasta la casa”.
Su padre jamás ha podido volver a pasar ni siquiera cerca de aquella vivienda en la que crecieron. Pero él sí, y hasta cruzó el umbral. “Conocí a uno de los hijos de los nuevos compradores jugando al fútbol en una cancha de la zona. Juan se llama y hoy es periodista. Siempre me decía: ´Dejaste el gen en el cuarto´, porque usaba el que había sido mío”, relata. “Entré a ese lugar 18 años después y fue como si se hubiese parado el tiempo. Emocionalmente fue muy intenso pero me resultó una sanación inmensa”. Así recuerda ese episodio de un tránsito “duro” para un adolescente “que bancaba la tristeza familiar mientras debía dejar su sitio de pertenencia”. En fin, dice que ha sido un “readaptado constante”. Alguien con una capacidad “entrenada” para acomodarse ante lo inevitable de la vida.
“Tengo recuerdos de una conciencia muy temprana. Por ejemplo, era buen alumno. Escolta. Y solía estar sentadito, con la mochila puesta 20 minutos antes del que el micro escolar tocase bocina. Y al volver de colegio no me sacaba el guardapolvo hasta terminar la tarea”, cuenta. “Fui un niño-soldado y eso me enseñó a trascender en todo lo demás. Nunca me permití la queja y mi gran preocupación siempre fue no llevar un solo problema más a esa casa. Yo debía dar buenas noticias. Lo que tal vez me ha quitado un poquito de infancia”.
Cuando los números comenzaron a quemar, el Chino salió al cruce de un alivio. “A los 16 repartí pizzas en Ramos”, cuenta. “Primero a pie. Al terminar la secundario lo hice en moto. Y para cuando empecé a estudiar periodismo deportivo me bancaba la facu con el sueldo de encargado del local”. Pero antes supo encontrar “curro” recolectando orina de señoras para un laboratorio que producía medicamentos para tratamientos de fertilidad. “Sí, subía y bajaba de un camión en busca de los frascos que ellas dejaban en sus puertas o ventanas. Claro, esperando siempre la buena fortuna de encontrarlos bien cerrados”, bromea. “Cada uno de los trabajos que hice me enseñaron a valorar cada uno de los roles de un sistema. A agradecer mi presente. Y a amigarme con ese Leandro que dio un saltazo enorme. Es de lo que hablaba Steve Jobs en su Teoría de los puntos: si uno mira hacia atrás y va conectando eso que hizo, todo va teniendo sentido”, relata. “Si miro hacia atrás, esa cadena de episodios más o menos felices de mi vida, explican mi modo de ser”.

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