Daniel Craig y el trauma que le generó ponerse en la piel de James Bond

Daniel Craig es una de las grandes figuras del universo hollywoodense. Es uno de los privilegiados que desde que ingresó a ese selecto grupo de las estrellas, supo mantenerse por mérito propio. A lo largo de los años, desarrolló una carrera intachable en la pantalla grande y logró logró ganarse un respeto que lo catapultó a lo más alto del mundo del séptimo parte. Sin embargo, su camino empezó bien lejos de la meca del cine.
Craig nació en Chester, cerca de la frontera con Gales, en Inglaterra. Allí, antes de ingresar a la adolescencia y gracias al apoyo de su madre -Carol Willians-, empezó a estudiar actuación en teatros ingleses de poca monta. Claro, eso no fue un impedimento para lograr llegar y trascender. En definitiva, el talento lo llevaba en la sangre y más allá de que tuvo que armarse de paciencia, logró dar ese salto.
A los 14 ya formaba parte de grandes piezas teatrales como Romeo y Julieta, Oliver, Cinderella y hasta se puso en la piel de Agamemnon, en Troilus and Cressida, de Shakespeare. A los 16 años, no lo pensó dos veces y se mudó solo a Londres, para sumarse a National Youth Theatre. Se trata de una organización sin fines de lucro que recluta jóvenes con talentos en el área de la interpretación y la música.
Desde ese momento los trabajos empezaron multiplicarse y él se fue posicionando entre los actores de su generación, a tal punto que en los 90 escaló como una de las grandes figuras de la escena inglesa. Su trabajo en Our Friends in the North le abrió las puertas para que su nombre se instale en lo más alto de su país. Pero claro, su objetivo era otro y fue en busca de ese anhelo.
Con el cambio de milenio, se convirtió en una figura internacional por sus intervenciones en filmes de taquilla, como Lara Croft: Tomb Raider, en 2001, Road to Perdition (2002), Layer Cake (2004) y Múnich (2005). Pero su carrera definitivamente explotó cuando lo convocaron, un año más tarde, para Casino Royale, lo que significaba ponerse en la piel ni más ni menos que de James Bond.
Con ese papel logró que su nombre tomara otra dimensión. La crítica especializada no hizo más que aclamarlo y destacar su labor en la película. Sin ir más lejos, le valió una nominación al premio BAFTA como mejor actor, en una de las galas que está a la par del Oscar para el mundo del cine. Eso hizo que firmara un contrato millonario para protagonizar las secuelas del mítico agente secreto: Quantum of Solace (2008), Skyfall (2012), Espectro (2015) y la estrenada el año pasado, Sin tiempo para morir.
Daniel puso la vida al servicio del agente 007 y eso lo marcó. Si bien protagonizó y se destacó en otras películas, su nombre quedó ligado al de Bond, James Bond. Y más allá de lo que pueda parecer, no fue todo felicidad y alegría. También le trajo consecuencias que él mismo se encargó de señalar en un documental.
De antemano, recuerda que la primera vez que se puso el traje del agente más famoso del cine, la prensa no lo recibió como esperaba. Por todos los actores que habían pasado por ese rol cargó con una pesada mochila que no le fue fácil sacarse. Incluso, su manera de ser, algo tímida con una mezcla de seriedad, tampoco lo ayudó. Pero Daniel fue más allá y aseguró que aún rondan por su memoria lo que había escuchado en más de una oportunidad. Que no era la persona indicada para ese papel, o que era muy “soso para impresionar”. En la presentación de la última entrega, admitió que fue tanto el asedio que estuvo a punto de renunciar.
“Venía de buenos trabajos, no estaba acostumbrado a eso y me planteé rechazar el papel. Ya tenía más éxito de lo que nunca tendría como actor; no tenía una personalidad genial. Había hecho películas artísticas extrañas. Y todo esto fue extraño. Fue una venta más difícil. Realmente no quería hacerlo, porque pensé que no sabría qué hacer con él. Iba a conseguir el guion, leerlo y decir: ‘Gracias, pero no’. Tenía pensado eso”, seguró.
Sabía que los ojos iban a estar puestos en él, en cada interpretación, en cada detalle. Los James Bond que lo precedieron fueron ni más ni menos que Pierce Brosnan, Sean Connery y Roger Moore, entre los más cercanos en la línea de tiempo. Tratando de dejar de lado todo esto, se embarcó en el proyecto. Pero, paradójicamente, el aceptar le trajo otros dramas. Los mismos que no le habían dado crédito fueron los que lo alabaron y resaltaron su brillante trabajo. A esto se le sumó que su vida pública cambió radicalmente. No podía salir a la calle sin que los fans le pidieran fotos, autógrafos y se le interpusieran en su camino.
“Mi vida personal se vio afectada por ser tan famoso de repente. Solía encerrarme y cerrar las cortinas, estaba en las nubes. Estaba asediado física y mentalmente. No me gustó el nuevo nivel de fama”, comentó. Enseguida sostuvo que pidió ayuda a colegas y que fue Hugh Jackman quien, a grades rasgos, le dio una mano para aceptarlo. Incluso, le recomendó que tratara de apreciarlo, a partir de ese paso, poder disfrutar de la fama.
Como una nueva dificultad planteada en la trama de su vida, en la filmación de Espectro, la cuarta entrega, se rompió los ligamentos de una de sus rodillas. Le recomendaron frenar hasta recuperarse, pero no quiso. Decidió seguir porque quería desprenderse rápidamente de ese personaje. En ese momento, en una charla con Time Out London, soltó: “Prefiero cortarme las venas antes que volver a ser James Bond”.

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