
Hay victorias mundialistas que triplican el valor de quien las logra; elevan su escala y lo consagran, poco a poco, como un boxeador diferente capacitado para entrar en las comparaciones y la historia. El bonaerense Fernando “Pumita” Martínez (51.940 kg) responde a estos principios en el crepúsculo del domingo japonés.
Necesitó sufrir, ir a la lona en el 10° round, convivir con una sensación inesperada que podría eyectarlo a lo peor y terminó ganando como lo hacen aquellos que se creen invencibles: poniendo el corazón y los golpes mas claros en los últimos segundos del match.
Su retención por puntos en doce rounds, espectaculares y dramáticos, del título mundial Supermosca (AMB) sobre el ex cuádruple campeón mundial japonés Kazuto Ioka (51.940 kg) fue algo más que dejar atrás a uno de los púgiles asiáticos mas importantes de la última década -postergado por el suceso mundial de sus compatriotas Naoya Inoue y Junto Nakatani-. Fue mucho más que “sacarse de encima” la revancha con uno de los boxeadores más complejos que el menú del ranking mundial podía ofrecerle. Significó comenzar a trazar su propio camino como un campeón digno a la alta reputación histórica del boxeo argentino.
Ganó con suspenso una pelea que aparentaba ser simple y dominada desde el primer período el match, en el que ganó la mayoría de los rounds en modo claro sobre la base de presión física, variantes de golpes y una continuidad de envíos admirables sobre un rival que evidenció que todos los golpes que su cuerpo recibió de Martínez, en la pelea pasada del 7 de julio, definitivamente no salieron de su alma. Quedaron en su espíritu.
Sin embargo, su casta de peleador puro, su calidad de golpes al cuerpo y su guapeza de samurái llevaron al oriental a conectar un doble cross de izquierda en el décimo round que terminó con el argentino en el tapiz, gestando un destino incierto para un combate que parecía definido. Entonces aparecieron todos los fantasmas: la ley del local y el visitante y las nostalgias de los robos ilustres a los argentinos en Japón, como cuando el mendocino Manuel González peleó con Masahi Kudo o el sanjuanino Victor Echegaray perdía con Kuniaki Shibata, en los dorados años 70.
Sin embargo, “Pumita” o “El pibe de la Boca”, emergió de las cenizas y pudo ganar el forcejeo, recuperando el ataque, jugándose en una ruleta rusa de cara abierta e imponiendo un sistema de apreciación fantástico para los jueces: tirar y pegar más. Las tarjetas en modo unánime reflejaron: 117 – 110 (excesivo), 114 – 113 y 115 – 112 (coincidente con el puntaje de La NACION.
Martínez evidenció que su enfermedad virósica contagiada en Tokio a fines del último año dejó secuelas para este pleito. Quizás, necesitó de algunas semanas más para su puesta a punto, dado que sus ahogos evidenciados en el combate son inusuales en su campaña. Pero no había más tiempo para especular y cumplir con este contrato.
El campeón estuvo rodeado como siempre por banderas futboleras, de la Boca y la selección nacional que, increíblemente, se adueñaron del gimnasio de la comuna de Ota-City, en las afueras de Tokio. Entre la felicidad y el agotamiento, el Pumita dijo: “Estoy feliz, hicimos una revancha tan buena como la primera pelea. Era lo que la gente quería y se la dimos: una guerra. Ioka es un gran boxeador y me estudió de arriba y abajo esta vez y lo consiguió. El tenía muchas exigencias de todo su país que me trató muy bien y que aprecio mucho”. Sobre el futuro, agregó: “Necesito una pelea con Jesse “ Ban” Rodriguez , el campeón del Consejo. Eso es lo ideal y lo que pide del boxeo. Yo estoy preparado…Estoy muy feliz. ¡Viva Argentina, viva Japón y viva el boxeo!”, exclamó.
Martinez, de 33 años, tiene 28 victorias (11 KO) y 6 derrotas desde su debut profesional con licencia AIBA en 2010. Corroboró con su desempeño y este resultado que sus logros sobre Ioka desplazaron del tercer lugar en preponderancia histórica -en desafíos mundialistas entre Argentina y Japón- a la célebre victoria del gran Horacio Accavallo sobre Katsuyoshi Takayama, en 1966. Los éxitos de Pascual Pérez sobre Yoshio Shirai (1954) y Nicolino Locche sobre Paul Fujii (1968) mantienen una supremacía absoluta.
Fue una gran pelea. Tan buena como la anterior, en donde Martínez ganó con gran esfuerzo pero sin suspenso. Es un púgil veterano que deja algo de sí en cada uno de sus combates. Éste no fue la excepción y corre contra el tiempo. Sin embargo, cada vez que sube al ring muestra algo nuevo. Y eso se llama evolución.
Argentina conserva sólo un campeón mundial de pugilismo y es Martínez, que volvió a exponer un nivel y una entrega que le abre crédito para desafiar a cualquiera; incluido “Bam” Rodriguez, que hoy por hoy, no es más que él.