Guillermina Valdés: «Acercarme a la edad que papá tenía al morir me conecta distinto con la vida»

Dice haber tenido “muchos nacimientos” a lo largo de su historia. Fue “hija sorpresa” de dos adolescentes, creció “necesitada de contención” y maduró “de golpe”. A los 27 se enteró, por accidente, que alguna vez tuvo un hermanito. Aprendió a quererse después del bullying y de las inseguridades. Durante una década vivió “apagadita”. Atravesó “con alegría” su separación y jamás dejó de buscarse. El gran apoyo a una hija que hoy elige tener una sexualidad “sin etiquetas”. Cómo acompañó a Marcelo Tinelli en un año muy especial. Y las respuestas que encuentra en la filosofía oriental
Entonces se paró frente a lo prejuicios y les dio la bienvenida. Ese abrazo fue una tregua en la batalla que dice haber librado contra las miradas ajenas y, tal vez, mucho más contra las suyas. No sabría poner fecha de inicio a ese trayecto al que define “aprendizaje” pero sí palabras a la sensación. “Siempre tuve una forma de ser por la que, de algún modo, fui pegándome a las energías de otras personas. A los caminos o a los tránsitos de los demás. Pero aprendí a hacerme cargo de mí. De lo mío. De lo que quiero. De quién soy y de lo que no soy”, revela Guillermina Valdés (44). Preámbulo perfecto de esta charla en la que hilvanará esos episodios de su historia que le valieron “tantos nacimientos”, como define. Bienvenidos a una vuelta por su atmósfera personal que descubre textos de filosofía oriental, sensatez, “momentismo” bien aprehendido, retratos de sus hijos y pilas de todas aquellas preguntas que la forjaron mujer de certezas: “Hoy sé que estoy sobre mis pies, pisando mi suelo”.
A la distancia dice ver su niñez “como una película” y aplaudir el final pensando: “¡Wow, qué bueno todo!”. Pero, ¿ha sido un tránsito feliz? “No tanto”, admite valiente. E inicia por donde se debe, su llegada al mundo “en un contexto de, quizás, no tanta bienvenida”, como describe. “Mis padres eran adolescentes. Mamá quedó embarazada a los 15 años y papá tenía 17. Estaban en tercero y quinto año de la secundaria. La noticia del embarazo resultó un caos y hubo dudas. Fueron tiempos duros para ellos, pero también de grandes lecciones”, cuenta. Meses después, Sandra y Alejandro dejaron Necochea para radicarse en Tandil, donde él inició sus estudios de Veterinaria y ella terminó la secundaria. “Así crecí, como hija de estudiantes en fiestas universitarias y aprendiendo juntos”, dice. Guillermina asegura haber vivido “cosas increíbles” pero también, situaciones que evidenciaban ciertas diferencias. “Nunca me sentí como una hija, sino como su compañera. Siempre tuve el rol de cuidar a mis padres. De repente, cuando iba a la casa de mis amigos veía otro marco de contención”, advierte. “Julio Chávez (su maestro de teatro) decía que los chicos piden lo que saben que pueden conseguir o eso que conocen. Y es una gran verdad. Yo sentía esa necesidad, pero no la pedía”.
Mientras tanto, y a la par, se surfeaban otras carencias: “Éramos tres intentando mantenernos con la economía de un estudiante”, recuerda. “A mis abuelos les iba súper bien, pero sostenían eso de: ´Ustedes trajeron a una niñita a esta edad, ya sabrán como arreglarse´. Ellos fueron muy presentes y me atendían como a una hija. ¡Una de mis abuelas tenía 40 años! Yo era única nieta y única sobrina. Entonces, entre ellos me sentía más nena, más mimada y lógicamente más consentida en mis gustos. Así que visitar Necochea, cada fin de semana, era como entrar en Disney”. Reivindica a sus padres. “Mi vieja es una guerrera y mi papá fue un gran luchador. Hoy, muy lejos de los tiempos de ´esto no fue, no pasó, me diste, no me diste…´, que uno revive luego siendo madre, reviso mi historia valorándola mucho más. Ellos hicieron lo que pudieron y estuvo muy bien”, asegura. “Ese sentido de la responsabilidad con el que crecí, tan distante del de los otros chicos de mi edad, me hizo madurar de golpe. Me fortaleció. Como fuese, y tal vez sin saberlo, mis viejos ya me habían dado alas para siempre”.
“Adolecer es sufrir y yo no me comía el mundo”, cuenta Valdés. Sus pares la apodaban “araña de sótano”, porque “era puro traste”, explica. “Me veía las manos grandes, las piernas flaquitas y la piel demasiado blanca. Me acuerdo que, con mis amigas, nos tirábamos a tomar sol y cinco minutos después yo ya estaba roja. Y era terrible. Pero es así, en esa época se establecían modelos. Fijate… Hoy adoro mi piel, tanto que desarrollé una línea cosmética para su cuidado”, dice con tono de paradoja. “Amigarse con tu propia existencia, física e interna, muchas veces tiene que ver con la madurez y el autoconocimiento. Y tuve que trabajar mucho para contártelo desde este lugar”, señala. Había llegado a esa instancia de la vida creyendo que sus sueños no se concretarían jamás. “Tal vez porque no tenía esa cosa de ´tus sueños tienen valor´. Yo soñaba, pero para otros. Nunca fui de esas chiquitas que le piden a su mamá que las lleven a danzas con el fin de ser tal o cual cosa. Eso era para otros, no para mí”, cuenta. A los 18, siguiendo “los pasos y las ilusiones” de su padre, se instaló en Tandil para estudiar Ciencias Veterinarias. Pero el amor por los animales no bastó, “operarlos o curarlos eran otras cuestiones” –suelta con gracia– y el trip quedó solo en un “buen intento”. Regresó a Necochea por intimación de papá: “Entonces vas a ayudarme a bañar perros. Ese será tu trabajo hasta que sepas qué estudiar”, exigió enojado. “Y me hizo un gran favor. Con el tiempo le agradecí no haber tenido opciones”, revela.
“Me presenté a un concurso de modelos y, sin convicción alguna de querer romperla, conseguí un lugar. Y fue solo un ´¡Huy, quedé, qué bueno…!’”, cita con ademanes de poco interés. Las mismas piernas que hasta entonces la acomplejaban la llevaron hasta su primera pasarela. Aunque en ese entonces aún no lograba sacudir otros complejos. “Todavía recuerdo la reacción de Pancho (Dotto, 70) sentado en primera fila. Cuando pasé, se agarró la cabeza. Claro, yo había naturalizado tanto la postura encorvada para disimular mi altura, que caminé como pisando huevos”, dice con gracia. “Nunca quise ser modelo, pero sí fui rápida para entender que esa era un trabajo que podría abrir muchas más puertas. Entonces lo transité en ese mood, y con total gratitud hasta ahora, cuando creo estar disfrutándolo mucho más. A los 45, hay quienes me dicen: ´Ya estás grande para esto´. ¡Pero me gusta! Finalmente los mercados nos lo permiten: ya no existen cuerpos, ni edades, ni pieles, ni pelos que nos limiten. Todo está bien y se celebra”, asegura. “Desde muy chica sentí algo como de lo público. Y hoy pienso: ´Nunca terminé de jugármela a fondo ni por la actriz, ni por la modelo, ni por nada’”, señala. Sabe que no se trata de inconstancia o de liviandad, sino “de mi esencia curiosa, del permiso que siempre me di para explorar. Agradezco cada espacio que transito pero no me condicionan. Jamás dejé de hacer. Yo fui haciendo y haciendo… Con más o menos convicción. Con más o menos seguridad. Pero siempre hice”, concluye.
Alguna vez me dijo que durante los 20 había sido “menos feliz”. Con ojos de hoy, la reflexión tiene otro giro. “Es que en aquel entonces eso era felicidad para mí”, señala. “Sí podría decir: ´Huy… estaba medio apagadita´. Bueno, ¡medio-bastante!”, se corrige. Una sensación coincidente con su primera gran relación de pareja (Sebastián Ortega, 1998-2011), con su regreso de New York, que significó la renuncia a una naciente carrera con proyección internacional, con su desaparición mediática y, quizás, con el imaginario social de ´Guille en cautivero´. Hoy se hace cargo de su decisión. “Esa era yo, siendo lo que podía ser en ese momento”, señala. “Creo que todos somos como espejo de las personas con las que estamos. Y Sebas era, en ese entonces, quien yo elegía. Él era eso y yo, lo que era. Y estábamos muy bien, vinieron nuestros hijos y tuvimos una re linda relación”, dice. “Sí, elegí estar en un lugar en el que ´el otro hiciera´ mientras yo estaba con mis pollitos”. Admite priorizar siempre la armonía de su casa, porque según sostiene: “De eso depende la estabilidad en todo aspecto”. Y la mirada de sus hijos es “determinante”. Tanto que, por esos tiempos, cuenta: “Medí mi libertad por sus edades”. Y subraya: “Fue mi opción. No está bueno decir ´No podía´, o ´No me dejaba´. Claro que tampoco me empujaban diciendo: ´Dale, flaca, hacé que está buenísimo´. No. Quizás no era un formato que él tenía para conmigo. Pero todo fue mi tránsito elegido. A ver, tengo demasiada personalidad para que me digan lo que debo hacer”, suelta entre risas. “Pero la verdad es que ahí estaba muy metidita para adentro. Se ve que necesitaba pasar por eso para ser quien soy”.

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