Toto Kirzner: «Tuve que hacerme adulto desde muy chico para afrontar lo que vivía»

Creció escuchando a los suyos decir que tiene “un alma vieja”. Hoy, analiza los hechos de su vida que lo hicieron crecer y “me enseñaron sobre mí mismo”. El abuso que sufrió a los siete. El día que rompió el silencio después de 13 años: “Antes de contarlo en casa, perdí el conocimiento”. Y esas marcas que hoy trabaja en terapia: “Tengo inseguridades y miedo a la soledad”. La afición al buceo. Su fanatismo por Paul Newman. El mensaje de su abuelo paterno que recibió a través de una médium. El budismo con el que encuentra “equilibrio”. Y una revelación: “Estoy viviendo el fin de una etapa en la relación con mis padres”
Dice haber rozado el hartazgo al escuchar, cien y mil veces, que es “un chico de alma vieja”. Que nació adulto. Que a los 12 parecía de 40. La corrección siempre ha sido, a priori, el rasgo sobresaliente de una personalidad que, en principio, justifica con “un gran laburo de mis padres”. Subrayando “una total alineación de carácter” con Araceli González (55), a quien además señala deberle “los valores fuertes que sirven para toda la vida”. Y, por otro lado, ese “algo de lo social y de lo gestual” tan propio de Adrián Suar (54). Pero bastará sólo un rato de charla para que asomen conclusiones claves de 17 años de diván que superarán aquella explicación. “Sin dudas mi personalidad comenzó a formatearse a partir del abuso (sexual) que sufrí de chico y, luego, con la sucesión de otras tantas y, algunas, terribles experiencias”, deduce Tomás Toto Kirzner (24). “Tal vez debía contar con cierta seriedad o fortaleza ante la vida, ante lo que fuese que pasara o ante todo lo que vendría. Armarme más rígido, más sólido y ser ‘un hombrecito´, tomando la actitud coraza para imponerme la superación”. Un eje más que atractivo para la charla de este encuentro.
Más allá del silencio fue un niño feliz. De tal modo lo recuerda, evocando “indicios” de su presente en el living de domingo de la casa familiar. “Me gustaba que todos se sentasen alrededor para verme imitar con impronta propia, que no es dato menor, escenas de Nemo, de Shrek o de cualquier otra película que había tocado esa semana. Siempre buscando el aplauso”, cuenta. Sigue convencido de que estaba destinado a esa pasión que, de momento, sería relegada por otra: los animales. Hasta el umbral de su adolescencia, e inspirado por “cientos de horas de Discovery Channel, Animal Planet y las aventuras de Steve Irwin (el Cazador de cocodrilos, 1962-2006), Toto quiso ser biólogo marino. “Tanto me había mentalizado que hasta hablaba de instalarme en el sur para estudiar en Comahue”, relata.
“El fanatismo y la curiosidad por la fauna” finalmente lo alentaron a lograr su Certificado PADI, un carnet otorgado por la Asociación Profesional de Instructores de Buceo. “Fue en 2019, durante una visita que le hice a un amigo que vive en Florida (Estados Unidos). Cuando él salía a trabajar, yo me iba a las clases que duraron 3 semanas, con prácticas en Key Largo y dictadas por un profesor a cara de perro”, dice. Luego tendrá algunas anécdotas de la práctica, como cuando “por seguir a uno de los compañeros, a través de esos senderos de cavernas submarinas, de repente nos vimos buceando debajo de una pareja de tiburones toro que estaban copulando. Gracias a Dios, muy en lo suyo”, dispara gracioso.
Así creció. “Haciendo reír a los amigos que hasta el día de hoy conservo. Y en un contexto de total creatividad, sin demasiada restricción ni límites horarios para dejar de jugar”, recuerda. “Si con buen alumno nos referimos a una conducta intachable y al respeto en el trato hacia los demás, sí, yo lo era. Ahora… ¿si me llevaba materias? ¡Todas! Y a febrero”, suelta con gracia. La popularidad adquirida, “esa que viene en el combo familiar, nunca fue incómoda para mí”. Pero cuando entró en juego el divorcio de Ara y el Chueco (2002), y parte de lo que pasaba en casa se veía en televisión, “sin dudas no lo habré pasado bien, porque mi cabeza hizo un gran laburo para olvidarme de esa etapa. ¡No me acuerdo de nada!”, dispara.
No obstante (y a los siete años) comenzó terapia, algo que le resultaba “casi una rutina que acompañaba a la del colegio”, según describe. Y que sostiene “aunque más esporádicamente” hasta el día de hoy. “La separación de mis viejos, que es algo que afecta a cualquier chico, sin dudas haya sido el puntapié inicial. Y creo que, con el correr de los años, todo eso que tenía que laburar, lo laburé muy bien”, señala. “Porque me estaban sucediendo cosas que evidentemente no podía comunicar: vivía ansioso e irascible. Y así, ya de más grande, fue saliendo a la luz el recuerdo de haber sido abusado. Algo que siempre estuvo en mi cabeza, que me era muy difícil de explicar y a lo que no lograba darle entidad o ponerle una etiqueta. Entonces empecé a trabajar la posibilidad de asimilarlo y de sobrellevarlo”, cuenta. “Fui muy bien atajado y hoy estoy contento de haber hecho ese camino con un profesional a tan temprana edad. Me ha servido mucho”.
Fue en octubre de 2021 que Tomás se sorprendió a sí mismo, y por ende al mundo, vomitando aquel hecho repudiable en un programa de televisión. Se trató de un rapto “sin más explicación que el de haber sido parte de un grupo de personas que compartían experiencias muy íntimas”, dice. “Se ve que algún relato que escuché en ese contexto me interpeló y lo hice sin pensar demasiado”. Desde entonces tipear su nombre en un buscador remite a decenas de links que reproducen su confesión. Aún así, Toto asegura: “Debo reconocer que minutos después me asusté. Dije: ´Uy, era demasiado íntimo´. Pero esa duda duró poco. Hoy no me arrepiento ni por un instante. Quizás, tiempo atrás, mucho antes de compartir ese episodio, había tenido algún tipo de prejuicio. ´¿Y si lo digo? ¿Van a estar todos listos, con cuchillo y tenedor?´. Y la verdad es que todos fueron muy respetuosos conmigo”.

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