A 10 años de la muerte del Doctor Tangalanga: su vida previa a la fama y el origen del primer llamado telefónico

“El doctor ya está con Dios. Gracias Julio por todas las alegrías que nos diste. Dios te bendiga”. El texto publicado el 26 de diciembre de 2013 en su cuenta de Twitter dejó sin palabras a sus seguidores, esos que durante años fueron escuchando las historias que se tejían en cada comunicación telefónica realizada por este particular personaje. El Doctor Tangalanga, -o Raúl Tarufetti o el Licenciado Varela dependiendo el día- dejaba este mundo, pero como ocurre con los artistas, su obra lo hace inmortal.
Estos alias eran los escudos que Julio Victorio de Rissio utilizaba alternativamente del otro lado de la línea telefónica al momento de dar rienda a las improvisadas historias en las que sumergía a su ocasional interlocutor. Con los recursos más disparatados, los hacía estallar de bronca, al hacer referencia a un trabajo mal hecho o a cuestiones que ponían en duda la reputación del ocasional escucha.
Julio nació el 10 de noviembre de 1916 en Balvanera, hijo de la gran oleada inmigratoria italiana: “En esos tiempos (y por mucho tiempo), en mi casa había una situación muy difícil”, contó en su autobiografía Dr Tangalanga. El libro de oro, publicada por Editorial Planeta. “Para mi viejo era todo un problema tener un hijo más, y de yapa, esta vez mi mamá tuvo mellizos. Como mi viejo apenas podía atender a un hijo más, ¿qué iba a hacer, encima, con dos? Después de mucho pensarlo decidió ahogar a uno, el más feo. Ahí fue cuando aprendí a nadar”, completó con ese humor entre el negro y el absurdo que siempre lo caracterizó.
“Terminé la primaria y secundaria a las trompadas, me defendía, pero nada más. Yo no cachaba un libro ni a los tiros”, evocó sobre sus años escolares. Al finalizar los estudios secundarios, se decidió por taquigrafía y dactilografía en las academias Pitman, para lo cual en su casa debieron hacer malabares. Es más, debido al alto costo del examen final, nunca llegaría a obtener el ansiado diploma, pero su hermano mayor lo tranquilizó explicándole que el diploma no contaba a la hora de conseguir trabajo si podía pasar las pruebas necesarias.
Mientras tanto, ayudaba a su padre en un taller de calzado, hasta que a los 18 se presentó en Bunge & Born, donde buscaban justamente un taquígrafo y dactilógrafo. Luego llegaría el tiempo de ser parte de empresas destacadas, como Conaco, Aceites Cocinero o Nobleza Gaucha. Para sus 22 años. un compañero de trabajo le pasó el dato de que buscaban un dactilógrafo en Colgate-Palmolive, y no dudó en enviar una solicitud de empleo.
Allí pasaría los siguientes 34 años, y este empleado ejemplar que cumplía con sus deberes con gran entusiasmo ya se desenvolvía como gerente de compras en la empresa. En ese universo, le recomendaría a una simpática joven, la aún no famosa Susana Giménez, para una publicidad gráfica de jabones de la marca Cadum, que sería el puntapié de su exitosa carrera. Pero al margen de sus logros laborales, allí conocería al hombre que fue la piedra fundamental para las bromas telefónicas.
Sixto López Ayala tenía plantaciones de menta en Tunuyán, Mendoza e inició una relación comercial con Colgate como proveedor de la esencia de menta. “Salíamos seguido porque él era muy amigo de la joda. Incluso fuimos a Europa con nuestras esposas. Un día empezó con dolores de cabeza muy fuertes y los médicos le diagnosticaron cáncer. Entonces la familia lo llevó a los Estados Unidos para que le hicieran una operación. Cuando se repuso, yo lo fui a buscar”, contaba al respecto Tangalanga, para empezar a contextualizar su origen bromista.
A los cuatro meses de regreso, a Sixto comenzó a paralizársele el lado derecho del cuerpo y terminó postrado. “Y yo iba a verlo seguido, tres o cuatro veces por semana, pese a que él vivía en San Fernando y yo en Retiro, unos 25 kilómetros. Iba porque lo quería mucho y porque Sixto disfrutaba conmigo”, rememoraría Julio, para luego revelar el momento en que estaba por cambiar su vida.

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