Filadelfia: un tema tabú, una cancióninolvidable y la película que marcó lacarrera de Tom Hanks y Antonio Banderas

Fue el primer filme comercial que trató el tema del sida y representó un giro en el modo en el que se abordaba la enfermedad. Sus protagonistas quedarían atravesados para siempre por esta historia
A comienzos de los 80 una enfermedad contagiosa y desconocida comenzó a matar gente. Los prejuicios y la ignorancia hicieron que muchos dijeran que era “una plaga divina contra los homosexuales”, el grupo con el que parecía que se ensañaba principalmente. La llamaban “la peste rosa”, pero su nombre real era Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida (SIDA y, en inglés, AIDS). Cegados por el pánico ante lo desconocido muchos pensaban que el mero contacto con un enfermo de sida bastaba para contagiarse. Los padres impedían que una persona homosexual cargara a sus bebés o abrazara a sus hijos. Los amigos ya no aceptaban que su amigo gay les diera un beso en la mejilla, y hasta exigían que los nombres de los enfermos fueran públicos para tener la opción de evitarlos.
Para 1985 todas las regiones del mundo tenían confirmado al menos un caso de VIH. Rock Hudson, que murió en octubre de 1985, fue la víctima más impactante. También morirían de sida el bailarín Rudolf Nureyev, Anthony Perkins (actor de Psicosis), el mítico Freddie Mercury y el filósofo francés Michel Foucault, el mismo que, al enterarse de su enfermedad, habría dicho: “Un cáncer que solo afectaría a los homosexuales, no, sería demasiado bello para que fuera verdad… ¡Es para morirse de risa! ¿Qué podría ser más bello que morir por el amor de los muchachos?”.
Mientras el sida hacía estragos ningún estudio se animaba a producir una película sobre ese drama. Había razones de peso y de dólares. Por un lado ni productores ni guionistas se decidían a abordar un tema tan complejo como doloroso ni encontraban la manera de mostrar la homosexualidad de una manera humana y cotidiana. Pero por otro, los pocos filmes con esa temática -como Juntos para siempre- habían sido un rotundo fracaso en taquilla, y si “billetera mata galán”, también mata película.
En medio de esto, Jonathan Demme, que venía de dirigir El silencio de los inocentes, decidió hacer un cambio radical de estilo y filmar una película sobre un enfermo de sida pero, antes que nada, sobre el rechazo y la discriminación: Filadelfia.
Para esa época y después de haberse hecho famoso en comedias como Quisiera ser grande y Splash, y de pasar un tanto desapercibido como el entrenador alcohólico en Un equipo muy especial, Tom Hanks se preguntaba qué quería hacer y cuál era su lugar en la profesión. Fue entonces que su agente le habló de la posibilidad de meterse en la piel de Andrew Beckett, el abogado homosexual despedido por tener sida.
El papel era tan interesante que estrellas que eran más estrellas que Hanks, como Daniel Day-Lewis, Richard Gere, Kevin Kline y William Hurt, se mostraron interesadas. Pero Demme quería que el espectador se centrara en la historia y pudiera empatizar con lo que le pasaba al protagonista, que viera un hombre común con una situación que le podía tocar a cualquiera. Hanks era ideal, por algo se decía de él que no solo era “el más dulce de los posibles maridos”, sino también, “lo más parecido a un buen hombre que se puede encontrar en Hollywood”.
Hanks aceptó. “Me atrajo la historia de ese hombre cuyos derechos habían sido perjudicados y que reclamaba justicia. Ni venganza ni castigo, solo justicia. Nadie podía dejar de sentirse aludido por una historia así”, explicaba, y contaba que había conversado con su hijo mayor para aclararle que “probablemente alguien te grite: ‘¡Hey, tu papá es gay!’. Vos decile que es actor. Eso es todo”.
Sin llegar a realizar la llamada actuación de método, esa por la cual el actor trata de conectar tanto con su personaje que opaca a la persona real, Hanks se preparó. “No sentí que fuera necesario frecuentar los bares homosexuales ni salir de levante por Sunset Boulevard. En mi ambiente siempre hubo hombres y mujeres homosexuales”, contaba en una entrevista de 1994. Sí “devoró” los libros de Paul Monette, uno de los autores gay más significativos y brillantes de los Estados Unidos que murió de sida en 1995.
Además de leer, conversó con médicos y pacientes. Les hacía preguntas al límite entre la empatía y la brutalidad como “¿Cuál fue tu reacción al saber que estabas infectado?” o “¿Qué pasó en tu mente al saberlo?” ya que “era lo que necesitaba conocer para interpretar mi papel”.
La película se filmó en orden cronológico y Hanks tuvo que pasar por distintos cambios físicos para mostrar el deterioro que sufría su personaje. Adelgazó 15 kilos, sacrificó sus rulos y se afeitó la cabeza.
Como pareja de Hanks se convocó a Antonio Banderas. El malagueño ya había hecho de homosexual en La ley del deseo y no le importó el qué dirán a la hora de aceptar el rol. “Existía el miedo de que si hacías de gay te podían identificar con la homosexualidad, pero no me dejé llevar por algo así”, revelaría en un programa de televisión británico en 2015 para cerrar con un contundente: “Hice de asesino en serie y eso no me convirtió en uno”.
En su rol de Miguel Álvarez, Banderas resultó convincente. Cuando los periodistas le preguntaban cómo se había preparado desmitificaba: “Mire usted, no he hecho nada porque no creo que un homosexual sea más diferente que yo en ningún aspecto. Tengo muchos amigos homosexuales que descubrí que lo eran a los dos años de conocerlos”.

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