Una mezcla de tristeza, preocupación y contrariedad. Así era el semblante de Marcelo Gallardo la tarde del 23 de enero de este año. River acababa de sufrir ante Unión, en el Monumental, la segunda caída consecutiva en cuatro días y dejaba pasar una chance inmejorable de prenderse en la lucha por el título de la Superliga que terminó en manos de Racing. Al igual que en el traspié previo frente a Defensa y Justicia, había puesto a la formación titular. Sin embargo, la escasa preparación que tuvo el equipo tras la consagración ante Boca en Madrid, el tercer puesto en el Mundial de Clubes de Emiratos Arabes, unas breves vacaciones y una pretemporada que estuvo lejos de ser la ideal por su corta duración y porque la lluvia complicó el estado de las canchas en Punta del Este, conspiraron contra los deseos del Muñeco de entreverarse en la lucha por el campeonato local, una de sus cuentas pendientes junto al Mundial de Clubes. Cuatro días después, River perdió el tercer encuentro que tenía pendiente de 2018 ante Patronato, también como local, y sus chances de pelear el campeonato se terminaron de esfumar. “Ya nos vamos a amar con la Superliga”, dijo Gallardo aquel día, desencantado pero tratando de desdramatizar la situación: después de todo, venían de ganarle a Boca en el Santiago Bernabéu la final más deseada de todas poco menos de dos meses antes.